Nada por aquí, todo por allá - 1
Nada por aquí, todo por allá - 1
Jaime Bedoya

El arte de la magia no consiste en hacer prodigios. Es hacer creer que estos existen. El chalaco alguna vez imaginó que podría elegir qué hacer con su existencia. Eso signifi caba ser mé- dico o ser torero, dos profesiones vinculadas posiblemente solo por la relación entre causa y efecto.

En elegante prestidigitación de su suerte el destino se ocupó de que él se convirtiera en Richiardi Jr., uno de los más grandes magos del mundo. Y casi un desconocido en su propio país. Común paradoja al cuadrado.

Su abuelo era mago, su padre también. Este último ejercía bajo el nombre artístico de Profesor Richiardi, presentando un extenuante número que combinaba telepatía, hipnotismo, ventriloquía y magia. El relevo filial era físicamente imperativo. Durante una gira en los años treinta en Portugal, el Profesor Richiardi, por aquello de la raza y el galgo, presionó a su hijo Aldo de 7 años para que presentara su primer acto en vivo. Convertir arroz en agua y viceversa. El número salió perfecto, pero el niño odió la experiencia. Su atención estaba en el baile, en la mú- sica, en la síncopa corporal cercana a los modos de la tauromaquia.

Meses después, trabajando en España, muere en un accidente de ruta un colega del Profesor, el mago griego Kasfi kis. El peruano se vio ante la posibilidad de comprar instrumental mágico a buen precio. Este incluía un artefacto compuesto de una inmensa sierra metálica adosada a una camilla, dispositivo intencionalmente modifi cado para cortar a una mujer en dos sin hacerle daño. El pequeño Aldo veía el aparato con fascinación anticipada. Era lo más cercano que había estado a la medicina.

REVELACIÓN EN HARLEM

El Profesor Richiardi no pudo presagiar su propia muerte. Lo sorprendió en plena gira, Atlanta, 1937. La familia apenas tuvo dinero para enterrarlo ahí y viajar a Nueva York, donde cae enferma Rina Colosi, la madre. Aldo tenía entonces 12 años y se hizo de dos trabajos para costear el hospital. Obrero de día, botones del Central Park Hotel de noche. Gracias a contactos con el gremio mágico pudieron dejar guardados los bultos con los trucos mágicos de Richiardi en un depósito de un recién inaugurado teatro en Harlem, el Apollo. Mientras Aldo guardaba los trucos de su padre en un sótano, sobre el escenario debutaba un pianista llamado Count Basie.

Tres años de botones proveyeron a Izquierdo de una madurez precoz. Y de dos pasajes para regresar a Lima. Le alcanzaba también para llevar la magia de su padre consigo. Ese fue el día. A solas con las herramientas de trabajo del Profesor, reverberando los aplausos del Apollo en las maderas gastadas del cortador de mujeres, del Templo de Benares (urna en forma de Taj Mahal donde se insertan 10 espadas con alguien dentro), de la silla DaKolta (que desaparece a quien se siente en ella), a Aldo se le escarapeló el cuerpo. No podría traicionar el legado.

Dos años después, con 18 ya cumplidos, debutaba como “el mago más joven del mundo” en el Teatro Municipal de Lima.

EL MAGO TORERO

Hasta entonces el ejercicio mágico era un arte inmóvil. La ilusión debía bastar como dinámica. Pero Richiardi Jr. tenía cuotas pendientes consigo mismo. Empezó a presentar sus números vistiendo traje campero andaluz y con pasodobles de fondo, improvisando desplantes taurinos y pases de salón en sus rutinas. El peruano no hacía ningún truco nuevo, dividir a una mujer en dos era una ilusión creada en 1920, pero lo hacía diferente. Este rasgo plástico de estilo personal empezó a ganarle un nombre y una feligresía. Para sellar tal alianza Richiardi Jr. le agregó sangre a su acto. Sangre humana verdadera. Ya casado y con hijo llegó de gira a Estados Unidos siguiendo la ruta paterna. Allá se proveía de plasma en los hospitales de las ciudades donde se presentara. Iniciaba la ilusión de la sierra vestido como cirujano, impecable blanco ávido de mancha hematológica. Aplicaba un paño empapado en éter a una asistente. Una vez inconsciente esta era puesta sobre la camilla. Entonces encendía la sierra y mientras el acero iba mordiendo la cintura de la joven, sangre real brotaba a borbotones junto con añadidas entra- ñas de animal, consolidando un número grotesco pero imperdible. Esto sucedía a fi nes de los 40. Cuando Tyrone Power ya había hecho romántica la fi gura del matador de toros en “Sangre y arena”. Y en un contexto en que el origen peruano de Richiardi Jr. se confundía por el de español como genérico. Las crudas imágenes de la Guerra Civil española estaban vivas en el imaginario estadounidense gracias a la revista “Life”. Así se refi rió la publicación especializada en magia “Sphinx” a este número en 1949: “Esta ilusión no fue diseñada para una audiencia que pasa sus días bajo el sol viendo béisbol. La audiencia de Richiardi discurre sus domingos con toreros, matadores y picadores”.

UN PERUANO EN NUEVA YORK

Tras sus presentaciones en Estados Unidos, Richiardi Jr. inicia en 1952 una gira europea que lleva a España, Portugal, Francia e Inglaterra dos shows de 45 artistas. Cada uno duraba más de dos horas, “Cabalgata mágica” y “Cocktail mágico”, en que se incluyen estampas folclóricas peruanas como telón musical para sus actos. En Inglaterra la crítica compara su presencia escénica con la de Gene Kelly, un ballet de un solo hombre. En una presentación en el teatro Olympia de París, 1956, hace desaparecer a 35 bailarinas y 3 pianos verticales. En la platea había dos testigos ilustres. Los dos le hicieron promesas. Solo uno cumplió.

Uno de ellos era Víctor Raúl Haya de la Torre. Fascinado por lo que había visto le dice que haría lo posible por llevar su presentación a Lima, para que fi nalmente recibiera el reconocimiento que se merecía. El otro era Ed Sullivan, célebre presentador del show televisivo homónimo. Justamente ese año Sullivan presentaría por primera vez en señal abierta, de la cintura para arriba, a Elvis Presley. Sullivan le dijo al peruano: “Tú, tu magia, y tu familia se vienen conmigo a Nueva York”.

En una de estas presentaciones en el show de Ed Sullivan quedó registrada la elegante dramaturgia del mago peruano. Con un melancólico violín de fondo llega a pies del mago un niño montado en un autito metálico, apenado porque no funciona. El mago lo hipnotiza dulcemente, consolándolo con el sueño. Luego carro y niño levitan con suavidad digna del leitmotiv de otro prestidigitador célebre, el manco René Lavand: no se puede hacer más lento. La teleaudiencia quedó también hipnotizada.

A lo largo de los siguientes catorce años Richiardi Jr. se convirtió en el mago con mayor número de presentaciones en el Ed Sullivan Show, alternando con Nancy Sinatra, Joe di Maggio y Vivien Leigh. El niño levitado era su hijo, Ricardo. Él es actualmente cantante de jazz en Porto Alegre y se presenta como Ricardo Richiardi. El año pasado estuvo en el Perú en un homenaje que la Sociedad Peruana de Ilusionismo hiciera al padre en Jesús María.

El Madison Square Garden fue el destino final de una gira mundial iniciada en 1964 en Tokio. Conquistó en vivo la ciudad que ya era suya por televisión. Un quinceañero llamado David Seth Kotkin estaba en el auditorio. Como mago se empezaba a hacer llamar David Copperfield. Los setenta discurrieron consolidando su reputación mágica a través de la televisión. Fue declarado Mago de la Década en 1980 por The Society of American Magicians. Esto no impidió que la Coalición Antiviolación de la Mujer denunciara entonces su acto de cortar a una dama en dos como “una celebración ritual de la violencia contra la mujer”. Richiardi cortaba, la gente creía.

HERIDO DE MADUREZ

Tibor Rudas, el empresario húngaro de Pavarotti que crearía luego el espectáculo “Los tres tenores”, se llevó a Richiardi Jr. a las Bahamas en 1980. Se trataba de un show con animales, patinaje en hielo y bailarinas rusas, presentado sobre un escenario de 150 pies de largo y 80 pies de alto. Mil personas al día veían el espectáculo “Dazzling Deceptions”, en el que el mago peruano, ya de 60 años, presentaba la maestría de su madurez. 

El penúltimo reconocimiento a esta trayectoria fue televisado. Se dio a través de un especial de la CBS titulado “Magic with the Stars” en 1982. Orson Welles, director, actor y mago aficionado, era el presentador. Al introducir a Richiardi Jr. dijo: “Y ahora, del Perú, viene uno de los grandes nombres de la magia. Sus ilusiones le han ganado un lugar especial en los corazones tanto de magos como de fanáticos por igual. El legendario Richiardi”. Welles solo leía el teleprompter. Los textos eran autoría del productor del programa, el ya reconocido David Copperfield.

Richiardi era diabético y tuvo un accidente durante una de sus presentaciones en las Bahamas. Hay versiones que hablan de un arañazo de tigre. El hecho es que la herida se le infectó y fue trasladado de emergencia a Brasil para su tratamiento. Fue impostergable amputarle las dos piernas. El mago, el torero, el médico, habían quedado inmóviles. Perdió la voluntad de vivir y falleció en Río de Janeiro en 1985.

MAGIA EN CAJA

Su instrumental mágico estuvo abandonado durante décadas en Brasil. Hace un par de años David Copperfield convenció a la familia de que su destino fuera su Museo Internacional de la Magia y Biblioteca de las Artes del Conjuro, inmenso almacén en Las Vegas donde Copperfield tiene la mayor colección mágica del mundo. En él inaugurará el Salón de los Maestros, donde el peruano tendrá una exhibición permanente.

Las cajas fueron desembaladas en marzo del 2015. Copperfield calculó al ojo que con todo el equipo de Richiardi Jr. era posible generar por lo menos siete horas de magia continua. Pero por sí solas eran solo sillas con trampas, sierras inocuas, estoques de latón que jamás atravesaron a nadie. Nunca es el truco. Siempre es el mago.

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