Imposible imaginar sin gente a uno de los escenarios de mayor trascendencia y significado histórico en el continente americano. De pronto, la legendaria ‘kancha’ del antiguo asentamiento incaico de los Cassamalcas —donde alguna vez cierto fraile dominico exhortó al inca para que acepte la religión cristiana, pero este respondió arrojando la Biblia al suelo y luego ya sabemos lo que pasó— aparecía completamente abandonado, como si un ejército invisible hubiese acabado con todo vestigio de vida. Entonces las edificaciones más relevantes y colosales del barroco peruano empezarían a despuntar sobre el clásico trazado de damero en torno a la no menos insigne fuente de cantería labrada.
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Observar semejante disposición arquitectónica desde la torre del campanario de la Catedral. Y fotografiar los edificios circundantes: el palacio municipal y la iglesia de San Francisco, construida durante 80 años para ser la más grande de la ciudad. Barroca, de tres cuerpos y siete hornacinas, aparece nítida junto al gótico Santuario de la Virgen de los Dolores, patrona de la ciudad. Todo un soberbio conjunto de arte pétreo rodeado por esas típicas casonas coloniales con balcones, el marco perfecto para escenificar uno de los acontecimientos más notables de la historia universal: allí cayó el imperio del Tahuantinsuyo.
Observar y fotografiar todo eso, y sin un alma que transite por su empedrado, deberá considerarse otro acontecimiento histórico. El encargado de registrarlo fue José Luis Chávez (1965), pintor autodidacta enamorado de los colores de su tierra. También gestor cultural, desde la Asociación Artesano estaba organizando sus proyectos habituales y editando libros de tapa dura conteniendo la recóndita belleza de su pueblo —los sauces llorones al atardecer, las casitas de doble agua derruidas por el tiempo, campesinos con sombreros de ala ancha sumergiéndose en el verdor de la campiña— cuando llegó la pandemia. Y todo pareció haberse congelado en un tiempo sin humanos.
ÁNGELES Y BARBIJOS
“Salí los domingos de marzo, abril, mayo y junio, cuando la inmovilidad de la población era total y en las calles solo estaban soldados, policías, bomberos y personal de salud. Fotografiaba desde las 7 de la mañana hasta las primeras horas de la tarde. Logré subir a las cúpulas de cuatro emblemáticas iglesias de mi ciudad, caminé por las singulares calles de la llamada ciudad más española del Perú y pude registrar de una manera muy particular eventos como las procesiones de la Virgen de Fátima y de la Virgen de los Dolores, patrona de la ciudad. Estas actividades se dieron sin la presencia de la multitud, la gente les rendía homenaje desde sus casas”, dice Chávez.
Con una autorización del Ministerio de Cultura y la compañía de un efectivo policial, también disparó sobre esa invaluable sucesión de casonas coloniales Espinach, Jatuchai, del Conde de Uceda y Toribio Casanova, alguna de las cuales aparece con el emblemático e histórico arco del triunfo como telón de fondo. Se subió a la torre de la iglesia de la Recoleta para hacer diferentes tomas del famoso jirón Amalia Puga, longilínea arteria de 11 cuadras que parte de noroeste a sureste la ciudad desde la Esquina de la Virgen hasta la plaza Toribio Casanova. Capturó más imágenes de la Plaza de Armas desde el campanario de la iglesia de San Francisco. Y una aproximación a la vieja pileta de piedra incólume desde 1699.
Pero será el Conjunto Monumental Belén el que capture la mayor atención del fotógrafo. Complejo arquitectónico edificado por la orden betlemita en el siglo XVII para servir como hospital —ahora convertido en salas de exposiciones del Museo Arqueológico y Etnográfico—, también comprende una iglesia exteriormente ataviada con el emblemático estilo barroco peruano. Adentro, la profusión de relieves policromados y ángeles flotando entre estrellas disuena con una contemporaneidad hecha de soledad y tragedia: la del típico campesino local ataviado con chaqueta, camisa blanca, pantalón negro con aberturas laterales, amplio poncho de colores y medio rostro cubierto con barbijo, santo y seña de los dolorosos tiempos que corren.
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