“Sé aquello para lo que has nacido”, o algo así, fue lo que pensó el joven espectador durante la matiné dominguera en algún vetusto cine provinciano. En pantalla, el fotógrafo y protagonista descubría un crimen oculto tras revelar sus fotos. Con esmeradas pinceladas, la película terminaba mostrando algo que el ojo ve, pero que la realidad inventa. Toda una serie de engaños ópticos que se filtraban a través de un pequeño foco con el diafragma abierto hasta terminar operando sobre la psiquis humana.
Era 1966 y esa película –“Blow Up”, de Michelangelo Antonioni, con su juego de espejos entre la realidad y una cámara de fotos funcionando como prolongación del ojo humano– gatilló la vocación del novel espectador: crear imágenes desfragmentadas de la realidad, esa sucesión de filtros que la modifican en su camino hacia la retina. Entonces puso su cepillo de dientes en la mochila y aterrizó en un Londres sobrecargado de color, hedonismo, psicodelia, minifaldas y vanguardia artística: el ‘swinging London’, claro.
“Llegué a mediados del 75 y todavía se sentían los efectos del mayo del 68. Había una buena cantidad de galerías dedicadas a la fotografía. Pude ver infinidad de exposiciones aun cuando la fotografía no era plenamente considerada una disciplina artística. Pero dentro de ella ya estaba madurando esa bomba de tiempo que había anunciado Walter Benjamin, la reproductibilidad técnica de la obra de arte, que rompería su estatus sagrado”, dice Juan Carlos Belón (Arequipa, 1949).
—Idas y vueltas—
Con el potencial revolucionario de la fotografía agazapado en el cuarto oscuro –que muy pronto pulverizaría la distancia entre el original y su reproducción–, Belón fue afinando sus disparos con la misma precisión que empleaba para azotar los tambores. Claro, de pronto había pasado de ser un joven baterista arequipeño enamorado de Yardbirds y Led Zeppelin a estar súbitamente preocupado por velocidades de obturación y tiempos de revelado. Se doctoró en Ciencias Políticas en París, tomó un tren y decidió anclar en el Vieux Port de Marsella.
Pero, characato enamorado, periódicamente regresaba a contemplar su volcán. En 1989, por ejemplo, se inspiró en el encuentro internacional de foto en Arles para organizar la Primera Bienal de Fotografía de América del Sur. Y se quedó un año más: había hecho foco en los declamadores del evento “La república de los poetas”. Entonces perpetuó, entre residuos de lava y claroscuros, a Ribeyro, Sologuren, Varela, Guevara, Ruiz Rosas, Belli, Cisneros, Sánchez León, Portocarrero y Chanove.
Diversificado entre el retrato, el pop art londinense y una vida trotamundos que lo llevaría hasta la India, Belón decidió experimentar con una serie de procedimientos más o menos heterodoxos. Por ejemplo, guardar solo los primeros destellos de sus fotos, esas que no tienen retoques. Optó también por una larga maduración subterránea de las imágenes olvidadas, trabajar sobre lo inservible. Es decir, buscar en el basurero “porque las cosas que se descartan en un momento pueden ser pertinentes en otras condiciones”.
Después se dio cuenta de que también podía servirse de las fallas del dispositivo para revitalizar instantáneas e incorporarlas en un nuevo instante. Todo lo cual empezaría a funcionar espléndidamente en una obra caracterizada, precisamente, por la economía de medios. “Fotografío poco, no ametrallo, no tengo que hacer muchas imágenes para luego ir seleccionando. No hay nada acabado, todo se está haciendo, así que estar en acción es mi estado permanente”, dice.
—Selección peruana—
Lo cierto es que, a 20 largos años de su última exposición en el Centro de la Imagen, Juan Carlos Belón regresa al Perú luego de bucear en ese océano de imágenes disociadas que componen su archivo, del que tuvo que extraer cada una de las que compondrán “Sin interés aparente”, su nueva muestra. “Encontrarlas fue como remover el fondo de un tranquilo espejo de agua. Hallé imágenes de diferentes temporalidades y, como no siempre dialogaban entre ellas, terminé clasificándolas en siete series diferenciadas”, dice.
Así, hay fotografías que capturan comienzos y finales de películas (“Films end”), tomas analógicas sometidas a diferentes tiempos de exposición y varios planos cinematográficos (“Entre-temps”), fotos en baja definición logradas con lentes de plástico marca Brownie en los barrios pobres de Marsella (“Malmousque”), microscópicas muestras de lo que ve la cámara y no el ojo humano (“Perspectiva de la hormiga”), una serie de sujetos retratados de espaldas (“Backs”), vitrinas de diversos comercios (“Escaparates”) y una sucesión de imágenes de un Perú no precisamente turístico (“Desembarque”).
Calles abandonadas, transeúntes anónimos viajando por un tiempo incierto, aeropuertos nacionales abandonados, carreteras que se difuminan en la zigzagueante perspectiva de la incertidumbre. “Uno de mis grandes maestros en el Perú es Mariano Zuzunaga, la exposición que hizo en su casa de Miraflores a mediados de los setenta fue un gran referente para mi trabajo. Pero, ciertamente, todo lo aprendí de Chambi, Max T. Vargas y Figueroa Aznar”, dice Belón.
—Viajero del tiempo—
Sin desmedro de los créditos nacionales, en la obra del arequipeño resulta altamente perceptible la influencia del reportero francés Bernard Plossu y del arrojado fotoperiodista norteamericano Walker Evans. O de Miroslav Tichý, en ese espíritu vagamundo que desconoce fronteras, tanto como de Ed Ruscha para esa curiosa mezcla de beatnick con artista pop. Carga sus fotos, además, con cierto pictorialismo simbolista a la manera de František Drtikol, especialmente en sus desnudos atravesados por sombras y geometrías.
Una obra hecha de retazos, configurada en el pastiche y sustentada en el ‘remake’. Un arte hecho de despojos, reciclando imágenes que se sostienen en el tiempo gracias a la carga metafórica que contienen. Habitúe del Mes de la Fotografía en París, expositor en Trasatlántica/Photoespaña, FotoRio en Brasil o FotoCIméxico, Belón trabaja el tiempo para subvertir lo efímero y eternizar el tiempo. Pero será su exploración de suburbios, patios traseros, carteles roídos, postes abandonados, cables eléctricos y señalética en desuso la que lo emparente con la estética de William Eggleston, fotógrafo norteamericano del que toma su “naturalismo intrépido” y lo potencia. Es cuando mata el tiempo para alimentarse de su sangre.
FICHA TÉCNICA:
Además de fotógrafo, Belón es doctor en Ciencias Políticas del Instituto de Estudios Políticos de París. Activista cultural, ensayista e investigador independiente, él creó la Primera Bienal de Fotografía de América del Sur (Arequipa, 1989), los Encuentros Internacionales sobre la Imagen Contemporánea (2007) y los Talleres Andinos de Fotografía (Perú, 2016). Es también el encargado de presentar los proyectos franco-peruanos en los encuentros internacionales sobre la inclusión visual en Río de Janeiro. Además, coordina y modera los encuentros internacionales “Función del arte, función del artista” del Centro de Arte Contemporáneo de Quito. Su obra se expone en Brasil, México, Chile, Francia y el Perú.
MÁS INFORMACIÓN:
Temporada: desde el 8 de noviembre.
Lugar: Centro Cultural Inca Garcilaso de la Cancillería (Jr. Ucayali 391).
Ingreso: libre.