A contracorriente de lo que suele hacérseles a los artistas en el país, el legado de Miguel Baca Rossi sí fue reconocido en vida: recibió la Orden al Mérito por Servicios Distinguidos en el grado de Gran Oficial, las Palmas Magisteriales del Perú, fue nombrado Vecino Distinguido de Lima Metropolitana, y podríamos seguir contando honores.
A pesar de esto, ofreció un último guiño de su eterno perfil bajo al fallecer el último lunes con 99 años cumplidos, a un paso del centenario. Esa fue la manera en que el escultor mantuvo siempre una distancia con lo apoteósico y lo celebratorio, una voluntad por perennizar la obra más que su propia persona.
E incluso una tendencia a perennizar a otras personas. Porque Baca Rossi esculpió a grandes figuras de la historia peruana: desde poetas y políticos hasta santos y héroes de guerra. Allí están sus esculturas de San Martín de Porres, Túpac Amaru, César Vallejo o José Carlos Mariátegui, presencias que sorprenden por la sutileza del gesto y la fuerza de la línea; firmes celadores de plazas, avenidas y edificios en Lima y diferentes provincias del Perú.
El Palacio de Gobierno, el castillo Real Felipe o la Biblioteca Nacional son algunos lugares que cobijan el trabajo del artista, que no solo centró su obra en los personajes históricos, sino en piezas monumentales y otras más pequeñas que representaban animales y demás estampas cotidianas que sus atentísimos ojos fueron recogiendo desde su natal Pimentel.
Problemas respiratorios desencadenaron su partida, pero se fue “con una paz maravillosa”, cuenta su hija Coty Baca. Ayer, con un homenaje de parte de la Escuela Nacional de Bellas Artes –de la que fue egresado, docente, director y profesor emérito–, fue velado en la iglesia Santísimo Nombre de Jesús, en San Borja. Hoy su cuerpo será enterrado en el cementerio Jardines de la Paz.