Un brutal ataque homofóbico es el centro neurálgico de “Stop Kiss”, la pieza teatral de Diana Son. Una obra dramática proveniente del circuito off Broadway de Nueva York que adquiere vigencia y, sobre todo, vida en nuestra tan caótica Lima.
Es Norma Martínez la directora del montaje que podemos ver sobre el escenario del Centro Cultural de la Universidad del Pacífico. Asume su tarea con entusiasmo y nos ofrece una obra aparentemente sencilla pero con un contenido complejo. Tal como lo hizo recientemente con “Vergüenza”, de Ayad Akhtar, tiene el suficiente tacto para no convertir un texto tan sutil en una pieza de militancia políticamente correcta. Todo lo contrario. Martínez se aproxima con delicadeza, prestando atención a los detalles, y concentrándose principalmente en la humanidad de sus personajes.
Estamos en Nueva York, en algún momento de los años 90. Dos mujeres se hacen amigas. Son heterosexuales y solteras, sus nombres son Callie y Sara, y ambas miran el mundo de diferente manera. Cada una enfrenta la búsqueda de realización personal. Y, de pronto, algo cambia el destino de estas mujeres: se enamoran la una de la otra. Pero ese no es el problema. El drama proviene del entorno.
“Stop Kiss” habla de muchos temas más allá de la tolerancia y de la identidad sexual. Comienza como un cuadro de soledad. De aquella soledad que viven los seres humanos en las grandes ciudades pese a estar rodeados constantemente. Una aislamiento emocional que, por un lado, los convierte en impenetrables torres de cemento, o del otro, les permite abrirse a emociones nuevas y diferentes. Esto último es lo que sucede con las protagonistas de la obra. Dos mujeres que se sienten, de manera inesperada, fuertemente atraídas. Viven un amor diferente, tal vez empujadas por sus respectivas situaciones y sin la menor intención de afirmar una etiqueta. El amor y la atracción ocurren no en un sentido homosexual, sino más bien humano.
La obra también habla de otros temas, como del papel que cumple el desarrollo profesional en cada vida humana. Esa realización que nada tiene que ver con el éxito ni con los títulos académicos, sino más bien en alcanzar metas. En suma, nos habla de nuestra propia humanidad.
El texto original es realmente bueno. Muy oportuno en cada escena, línea y planteamiento. Pero es el montaje de “Stop Kiss” el que nos permite disfrutarla y entenderla. Porque de nada valdría el tremendo discurso allí contenido si no tuviéramos la lectura ideal, el control emocional y el sentido de sobriedad que Martínez ha sabido imprimir en cada instante.
Su manejo del elenco también es muy satisfactorio. Lizet Chávez y Fiorella Pennano asumen los papeles de Callie y Sara no solo con ánimo y buen humor. Se entregan de lleno y crean convincentes caracterizaciones. Logran personajes tan reales que viven, ríen y sufren con sorprendente naturalidad. Por supuesto, cada una se encarga de marcar la diferencia con respecto a la otra. Chávez es decidida y directa, mientras que Pennano es más cerebral, sin perder frescura en cada réplica. Por supuesto, la entrega final, en las escenas del hospital, son tan contundentes que no pueden dejar de conmover a la audiencia.
Ambas actrices se encuentran acompañadas por un grupo de actores muy comprometidos con sus textos pese a la brevedad de sus participaciones: Rómulo Assereto, Nicolás Galindo y Eduardo Camino logran el nivel capaz de confrontar a las protagonistas. Ofreciendo el apoyo necesario para que todo sea veraz. Unas líneas aparte merece Montserrat Brugué, cuya contundente participación en dos papeles nos demuestran que en ella tenemos a una actriz versátil y cuajada. En cada línea y cada gesto evidencia a una intérprete que hace de sus pequeños personajes verdaderas creaciones.
Norma Martínez, una actriz de genio y figura, nos demuestra una vez más que también es una directora de los pies a la cabeza. Un éxito.