"El conjuro 2": nuestra crítica de la película de James Wan
Sebastián Pimentel

Luego de “La bruja”, de Robert Eggers, teníamos buenas razones para pensar que “El conjuro 2” podía ser otra buena muestra de horror inteligente desde personajes bien construidos e historias que atrapan por su inventiva y originalidad. La principal razón: el cineasta malayo James Wan, quien venía dando pruebas de talento detrás de cámaras.

“La noche del demonio” y “El conjuro” aportaron sangre nueva, en gran medida, a la tradición del cine de casas embrujadas, al estilo de “The Changeling” de Peter Medak –tradición bastante venida a menos en el reciente cine norteamericano–.

La materia prima de la saga de “El conjuro” es conocida: las historias que protagonizaron los esposos Ed y Lorraine Warren, dos investigadores en fenómenos paranormales que se hicieron conocidos en las décadas del setenta y ochenta, en Estados Unidos. En el “archivo Warren” (ese iba a ser el título de la primera entrega) abundan los casos de posesión de espíritus malignos como los de la localidad de Amityville o los de Einfield, el lugar que nos ocupa esta vez, en el humilde hogar de un barrio deprimido del Londres de fines de los setenta.

Pues bien, la primera media hora está lejos de ser decepcionante. Wan saca lo mejor de sí, al son de “London Calling” de The Clash. La atención al detalle en las calles, la escuela a la que van los niños y, sobre todo, las habitaciones de la casa de la familia Hogdson, se completa con pósteres de las series de la época y la ausencia de la figura paterna.

Wan sabe crear una atmósfera de familiaridad y complicidad en medio de las clases obreras, mientras filtra su inquietante mirada detrás de cada puerta y cada escalera.
Al parecer, es más fácil colocar las piezas de base, sobre todo si no tienes un guion sólido. Cuando pensábamos que íbamos a conocer a la familia, los caminos se bifurcan y todo se vuelve errático. Las ya gastadas citas a innumerables películas como “El resplandor”, con el juguete regresando a las manos del niño, o al mismo clásico de Medak, con el uso de las escaleras como recurso de suspenso, hablan de un cineasta muy culto y hábil, pero también de una película muy cercana al pastiche.

Hacia la mitad del filme, ya no sabemos hacia dónde se dirige “El conjuro 2”. Aparecen los esposos Warren y el foco de interés se divide entre la supuesta maldición que los persigue y el ‘poltergeist’ de la casa Hogdson. Patrick Wilson, viejo compañero de Wan, parece destinado a repetirse como un esposo sufrido en quien queda poco de real actuación.

No hay nada que nos indique que estamos viendo a un demonólogo o a un investigador de lo paranormal. En el caso de Vera Farmiga como Lorraine Warren, apreciamos a una actriz de talento, pero que luce desorientada en medio de los tics que le demanda el papel. Pero lo peor de todo no son las actuaciones, sino los golpes de efecto.

Las sillas voladoras se suceden sin ton ni son. Qué lejos estamos de esa verdadera olla de presión llamada “El exorcista”, donde lo inexplicable acontecía en pocos minutos, luego de una lenta y esmerada expectación. James Wan saca conejos de la chistera, pero no nos asusta. El cine de horror es cosa seria.

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