La madre del cineasta Jayro Bustamante hacía campañas de salud pública en las montañas de San Vicente de Pacaya, en Guatemala. Eran los años setenta, época de guerrillas, y la población temía que aquellas inyecciones fueran un plan del Ejército para esterilizar a las mujeres. Allí ella conoció a María, y más tarde se la presentó al director guatemalteco, quien tomó nota de su relato. Pasaron años hasta que se sintió con fuerzas de filmar “Ixcanul”, la historia de una joven maya cakchiquel de 17 años, quien solo sueña con conocer el mundo del otro lado del volcán, pero más allá le espera la más brutal discriminación. La cinta en competencia del Festival de Cine de Lima viene precedida por el aplauso conseguido en la última Berlinale.
—Es curioso que en Guatemala sea tan fuerte el machismo, cuando ahí surgió una cultura matriarcal como la Maya.
El poder de las mujeres termina donde empieza el machismo, que se mezcla con la religión y los valores conservadores. Personalmente, el absurdo siempre me ha interesado. Y la película va por allí: mostrar lo difícil que es para la gente en ciertos pueblos abrir sus mentes a causa del miedo a la libertad. Y entonces aceptan que el absurdo rija sus vidas.
¿Cómo se reproduce el machismo en la sociedad guatemalteca?
El problema del machismo es que este se mama de la mujer. Es como si le hubieran enseñado quién es su jefe. Es un orden bíblico.
—¿Cuál crees que es el origen de la violencia en Guatemala contra las poblaciones indígenas?
Guatemala enfrenta la destrucción de su identidad. El guatemalteco quiere ser todo menos guatemalteco. De allí nacen todos los problemas: soñar con Miami, alejarte de tus raíces. Es algo que no hemos superado.
¿Cuál ha sido el impacto de “Ixcanul” en tu país?
¡No la han visto todavía! Aún no se estrena. Pero la prensa se ha mostrado muy generosa y hasta el Gobierno se ha interesado un poquito, todo eso gracias a los premios que hemos ganado. “Ixcanul” es la primera película guatemalteca que ha ganado un premio en un festival internacional (la cinta obtuvo el Oso de Plata del Premio Alfred Bauer en el Festival de Berlín). Por supuesto, en redes sociales hay gente preguntándose: “¿Por qué hablar de indios?”. Será muy interesante ver si la gente va al cine, y có- mo reaccionarán.
Un gran personaje de la película es el paisaje. Un paisaje volcánico, gris...
Yo quería hablar del aislamiento, y para eso un volcán es perfecto. En Guatemala son muy importantes para nosotros. En maya, ‘Ixcanul’ significa ‘volcán’, pero haciendo referencia a la fuerza interna de la montaña, la cual puede hacer erupción en cualquier momento. Para mí, era una metáfora muy bonita de María, la protagonista, en la búsqueda de una ilusión.
Además de racismo, el filme denuncia algo tan terrible como el tráfico infantil en Guatemala. ¿Se trata de casos aislados o es un crimen sistemático?
Es un sistema de tráfico muy grande. Antes de 1998, para nadie era un secreto que éramos el primer país exportador de niños en el mundo. Después de la guerra, se encontraron locales donde los militares esclavizaban a las mujeres. De allí nacían bebes que luego se vendían. Muchos de esos militares se convirtieron en policías, jefes de orfanatos, gerentes de hospitales. Si la materia prima no venía de una sola fábrica, había que salir a buscarla a otro lado. En Guatemala, mi generación creció con el personaje del ‘Robachicos’, que podía raptarte de tu casa. En 1998, en Guatemala se prohibieron las adopciones y se empezó a luchar contra el tráfico. Hoy tenemos una muy buena ley, pero hace unos meses, en el mismo hospital donde filmamos, hubo un atraco. Felizmente lograron capturar a la banda.
—¿Un robo de niños?
Así es. Las familias que vienen a adoptar niños en Guatemala prefieren mirar a otro lado.