“José Miguel Oviedo fue el primero en darse cuenta de que algo pasaba en América Latina, donde autores como Borges, Onetti o Rulfo empezaban a romper las barreras localistas y regionalistas. En las críticas que comenzó a publicar en el Suplemento Dominical del diario El Comercio, documentó lo que más tarde sería el boom de la literatura latinoamericana, que describió y analizó como nadie, a medida que fue surgiendo”.
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Mario Vargas Llosa valoró así el papel que el crítico peruano José Miguel Oviedo jugó en aquel “vuelco espectacular” que dio la literatura hispanoamericana en la década de los sesenta. El Premio Nobel de Literatura ofreció un emocionado recuento de su amistad con Oviedo, que se remonta a la infancia de ambos, compañeros de carpeta en el Colegio La Salle de Lima. Con una sonrisa aseguró que, aunque llegarían a ser uno de los escritores y uno de los críticos más importantes de habla hispana, por entonces nunca hablaron de literatura y sí mucho de fútbol, “en el que éramos a cual peor”.
Fallecido en Filadelfia en diciembre del año pasado, Oviedo nunca perdió de vista la función del crítico: “ser un puente entre los lectores y los libros”. Por eso evitó incurrir en la “crítica científica”, jerga incomprensible que llegaría a ponerse de moda, en la que el análisis literario era subordinado a otras especialidades y “la literatura prácticamente desaparecía”.
Oviedo cumplió su papel desde los diarios y las revistas, sin sacrificar el rigor y el nivel de exigencia, que muchas veces se tradujeron en unas críticas sumamente severas. Por todo esto, el escritor peruano consideró que reunir las columnas que dejó dispersas en diarios y revistas era una tarea pendiente, que complementaría el trabajo de libros como “Mario Vargas Llosa: la invención de una realidad” o los cuatro tomos de su “Historia de la literatura hispanoamericana”.
EL HOMENAJE
El Salón de Actos del Instituto Cervantes de Madrid fue el escenario de la mesa redonda “Homenaje a José Miguel Oviedo”, donde el director del Instituto Cervantes, Luis García Montero, el agregado cultural de la embajada del Perú en España, Alonso Ruiz-Rosas, la profesora Eva Valero, el catedrático Efraín Kristal y el director de la Cátedra Vargas Llosa, Juan Jesús Armas Marcelo, precedieron al Premio Nobel de Literatura 2010. Ante un nutrido auditorio, cada uno ofreció una mirada personal de la obra y la figura de Oviedo.
Le tocó abrir el evento a Luis García Montero, quien calificó al crítico literario como: “Protagonista del boom, de la cultura peruana, de la cultura en español”. Recordó que había comenzado a leer sus libros de ensayos a fines de la dictadura franquista y que fue proverbial descubrir el ensayo “César Vallejo”, publicado en 1964, que devoró en cuanto cayó en sus manos, ayudándolo a desentrañar las oscuridades de su poeta de cabecera.
Luego vino el turno de Alonso Ruiz-Rosas. Como recordó, en su “Historia de la literatura hispanoamericana”, Oviedo presentaba al primer crítico literario peruano: el clérigo cusqueño Juan de Espinoza Medrano —"El Lunarejo"—, autor del “Apologético en favor de don Luis de Góngora”. Teniéndolo como punto de partida, la tradición crítica peruana incluye nombres como José de la Riva Agüero, José Carlos Mariátegui, Luis Alberto Sánchez o Aurelio Miró Quesada. En los años 50 llegaría la generación de Antonio Cornejo Polar o Sebastián Salazar Bondy, en la que sobresaldría el propio José Miguel Oviedo.
Para Juan Jesús Armas Marcelo: “Oviedo era un personaje excepcional, tenía mucho humor, de varias nacionalidades y muchos barrios”. Es, además, un crítico multifacético que “toca la novela, toca el cuento, toca el ensayo, toca todos los palos de la literatura creativa”. Un hombre de una vocación tan férrea que se dejó la vista leyendo y que, a pesar de la ceguera que lo atacó en los últimos años de su vida, “no se vino abajo, mantuvo la lucidez”.
A su turno, la profesora de la Universidad de Alicante, Eva Valero, alabó “la forma, el estilo y la estética con que [Oviedo] atacó la crítica”, siendo un renovador de las historias de la literatura y de los criterios de análisis.
“José Miguel Oviedo cambia una historia descriptiva por una crítica, que no enumera a todos los autores sino escoge a algunos, aunque parezcan marginales”. El crítico peruano “aplica una clasificación por regiones —no por países— que conecta con otras tradiciones y otras artes, como la pintura”. Es dueño de una mirada “libre y alejada de los prejuicios”, lo que le permite apreciar la grandeza de Vallejo o de José María Arguedas.
OVIEDO ETERNO
El también crítico peruano Efraín Kristal recordó las primeras noticias que tuvo sobre Oviedo (“Una de las figuras centrales de la cultura peruana de los últimos 70 años”), cuando era todavía un niño. Una tarde, su madre llegó de la universidad, se encontró a su hijo y le preguntó qué había aprendido ese día. Kristal le contó sus clases y, a su vez, le preguntó: “Y tú, ¿qué has aprendido hoy?” Su madre le mostró un cuaderno con las notas de su última clase, donde Oviedo habían analizado “Los heraldos negros”, de César Vallejo. Esa visión perfiló la vocación literaria de Efraín Kristal que, años más tarde, cuando conoció al homenajeado, le contó que guardaba ese mismo cuaderno de apuntes. Sin salir de su asombro, José Miguel Oviedo le pidió una fotocopia del original que empleó en la confección de sus memorias.
Kristal explicó que Oviedo “amaba la literatura peruana, para la que aspiraba la excelencia, y consideraba que con Vallejo, Blanca Varela o Vargas Llosa había alcanzado esas alturas. Por eso fue tan duro con los defectos de otros escritores”. “José Miguel pasó la mitad de su vida en los Estados Unidos, pero siempre sintió malestar por su lejanía de Lima”, aseguró.
En el Instituto Cervantes estuvo presente Paola, hija de José Miguel Oviedo, quien viajó desde los Estados Unidos para participar en el homenaje a su padre. Contó que desde su partida le hacía mucha falta y por eso recurría con frecuencia a sus libros, donde todavía lo encontraba con vida. Igual que en homenajes como éste.
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