Toda lectura de las memorias de un político debe mantener, como primera condición, un constante ánimo de sospecha. A diferencia de las autobiografías de escritores (“locos furiosos”, los tildaba Sartre), donde la confesión de excesos o delitos puede forjar una imagen fascinante y hasta legendaria, las firmadas por políticos, siempre dependientes del favor popular, suelen ser cautelosas a la hora de reconocer sus sombras y pródigas al momento de señalar sus logros y conquistas. Más aún cuando son figuras de recorrido dilatado y no exento de sucesos controversiales.
Contenido sugerido
Contenido GEC