Ignoro en qué reside la fascinación que pueden despertar las obras de Sarah Ruhl. Una dramaturga que ha sabido ubicarse en una posición de cierto prestigio a través de una serie de comedias que no solo intentan retratar con sarcasmo la sociedad de nuestro tiempo, sino que pretenden ser un estudio a profundidad del ser humano. Sin embargo, recurre a los elementos de la comedia negra sin manejarlos bien y evidenciando de esa manera una alarmante superficialidad. Ya hemos visto en nuestros escenarios “El celular de un hombre muerto” y “En la otra habitación (o la obra del vibrador)” y ahora es el turno de “La casa limpia”.

En esta nueva entrega, que en términos cronológicos es anterior a las otras dos obras citadas, Ruhl intenta aproximarse a la neurosis femenina a través de tres tipos de mujer: Lane, una doctora de éxito incapaz de lidiar con las labores domésticas; Virginia, su hermana, cuya obsesión por la limpieza cubre todas sus necesidades; y Matilde, una inmigrante brasileña, empleada para las labores del hogar pero cuya verdadera pasión es convertirse en la mejor comediante del mundo. Alrededor de ellas pululan algunos otros personajes del pasado y del presente. Como siempre en la dramaturgia de su autora, los personajes así descritos parecen atractivos. Pero falla a la hora de presentarlos sobre el escenario en situaciones que realmente pueden resultar más que ingeniosas y de alguna manera interesantes. Es curioso que en este cuadro de tres mujeres al borde de un ataque de nervios sea precisamente una mujer quien falla a la hora de hacerlo creíble. Pedro Almodóvar en la película a la que hago referencia consigue mucho más justamente porque elude ese compromiso de profundidad que finalmente resulta postizo en la obra teatral que comento.

David Carrillo es el encargado de poner en escena “La casa limpia”. Pero a diferencia de sus experiencias previas con las obras de la misma escritora, en esta oportunidad prescinde de una producción elaborada. Decisión acertada optar por un escenario discreto y concentrarse en el libreto y la acción. Sin embargo, pese a sus esfuerzos por hacer de esta una experiencia diferente, no logra crear la atmósfera ideal. Tal vez sean esos elementos mínimos los que juegan en contra debido a un planteamiento escénico que no funciona del todo. Y que se evidencia principalmente cuando aparecen los personajes del pasado, interrumpiendo más que aportando. Allí es donde parece que se estuviera improvisando.

De otro lado, tampoco logra ensamblar el reparto de una manera capaz de crear un universo. De tal manera que sus actores aciertan parcialmente, sin que se proyecte una unidad o el espíritu de cuerpo que una comedia tan textual necesita para que todo esté en su sitio. Vanessa Saba y Claudia Bérninzon, que son buenas actrices, no tienen esa química necesaria para que sean creíbles como hermanas. Y no se trata de que el texto señale que ambas son muy diferentes. Eso salta a la vista, pero tal como las presenta la obra parece provenir de piezas teatrales diferentes. No niego que la rigidez de Lane (Saba) y la exaltada personalidad de Virginia (Bérninzon) puedan resultar divertidas mientras fluye la acción. Pero no hay nada detrás. Menos afortunada es la presencia de Natalia Torres, que no logra crear un personaje en ningún momento. Su actuación es histriónica, poco elaborada, sin humanidad. Mejores oportunidades tiene Vania Accinelli, que en el personaje de Matilde ha encontrado un buen vehículo de lucimiento. De arranque es fresca, poseedora de una soltura que se agradece, de una calidez tan humana que finalmente resulta muy sentida. Jamás se deja llevar por el entusiasmo al despertar las risas en la audiencia, y tampoco cae en la trampa del melodrama que la obra propone por momentos. Su presencia, sin duda, ilumina la obra. En cuanto a Omar García, tiene un papel muy ingrato por lo corto y poco elaborado que es desde el libreto mismo.

Si se trata de pasar un momento divertido, “La casa limpia” cumple con ello. No podemos negar los chispazos de humor en los que David Carrillo sabe presionar las teclas adecuadas. Sin embargo, Sarah Ruhl pretende mucho más y allí es donde no logra despegar realmente.

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