Donald Trump esperaba con la ilusión de un niño en Navidad montar un gigantesco espectáculo alrededor del 11 de setiembre para anunciar el retorno a casa de los ‘boys’, los 14 mil soldados que todavía están en Afganistán enfrascados en una guerra que, definitivamente, no pueden ganar y que ya está durando más que ese otro fracaso estadounidense: la guerra de Vietnam.
El presidente se sentía tranquilo tras las nueve rondas de negociaciones que se habían llevado a cabo –a puertas cerradas– en Catar con los mismísimos talibanes, pero de las que había sido excluido el presidente afgano, su aliado, Ashraf Ghani, porque los talibanes no querían dialogar con él.
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El embajador Zalmay Khalizad, de origen afgano, lo había convencido de que ya estaban ad portas de un acuerdo en el que los talibanes se comprometerían a luchar contra el terrorismo y a participar en las negociaciones de reconciliación interafganas.
Con el gusto por el espectáculo que tiene Donald Trump, ya tenía previsto que la culminación de las conversaciones se sellara en Camp David, ahí donde Jimmy Carter reunió en 1978 al presidente egipcio Anwar al Sadat y al primer ministro israelí Menahem Begin, quienes firmaron un acuerdo por el que recibieron ese año, en conjunto, el Premio Nobel de la Paz. El ‘reality’ sería completado con las imágenes del retorno a casa de un primer contingente de cinco mil soldados. Mejor escenario para el empresario televisivo, inquilino de la Casa Blanca, imposible.
Pero existe una gran distancia entre la fantasía y la realidad: primero, pensar que el presidente Ghani perdería la cara más de lo que ya la perdió, asistiendo a Camp David a firmar la paz. Segundo, creer que los talibanes son interlocutores confiables. Y tercero, ignorar las divisiones en el interior de su propio equipo. El recientemente defenestrado consejero de Seguridad Nacional, John Bolton, estaba en completo desacuerdo con las negociaciones, mientras que el secretario de Estado, Mike Pompeo, las fomentaba.
Y la realidad se impuso. Apenas el embajador Khalizad anunció, el 2 de setiembre, por la televisión afgana que se había llegado a un acuerdo de principio, los talibanes hicieron estallar una bomba en un edificio ocupado por extranjeros en Kabul, causando por lo menos 16 muertos.
Trump anunció por Twitter, el 7 de setiembre, que anulaba el acuerdo, tras un segundo atentado contra soldados de la OTAN en el que murieron un estadounidense y un rumano. Los talibanes, en respuesta, lanzaron en la madrugada del 11 de setiembre un cohete sobre Kabul.
Así se conmemora un aniversario más del infausto 11 de setiembre del 2001, en el que perdieron la vida 2.753 personas. Ni Barack Obama pudo cerrar Guantánamo, como prometió durante su campaña, ni Donald Trump podrá vanagloriarse del retorno de sus soldados.
Y lo que es peor, hasta el día de hoy ninguno de los cinco acusados por su responsabilidad en los atentados contra las Torres Gemelas ha sido juzgado, y probablemente nunca lo sean.