Me gustaría averiguar cómo puedo llegar a los 88 años manteniendo al mundo en vilo. Porque, a juzgar por sus críticos, eso es lo que habría conseguido George Soros.
Según la U.S. Agency for Global Media, el “multimillonario judío” fue “el arquitecto del colapso financiero del 2008”. Curiosamente, también le atribuye haber desarrollado “operaciones clandestinas que llevaron al desmantelamiento de la Unión Soviética”.
Según Donald Trump, Soros habría estado detrás de la caravana de migrantes centroamericanos en el 2018. En su último mensaje de campaña en el 2016, Trump acusó a una “estructura de poder global” de ser responsable por las decisiones que “roban a nuestra clase trabajadora”, conformada, a juzgar por las imágenes, por una serie de líderes políticos internacionales además de tres personalidades judías, una de las cuales era Soros.
El ex presidente Alan García lo considera parte de una “mafia judía” que estaría detrás de las investigaciones en su contra. Y una serie de movimientos conservadores parecen asociarlo con un presunto “marxismo cultural”, el cual promovería la execrable “ideología de género”.
Comencemos por colocar el asunto en perspectiva. Según la revista “Forbes”, Soros no es una de las diez personas más ricas del mundo. Sí se encuentran entre ellas personajes que habrían dedicado más recursos a causas benéficas (Bill Gates) o políticas (los hermanos Koch) que él.
Lo que singulariza a Soros es que, derrotado el comunismo (su rival inicial), ha enfilado sus baterías en contra del ascenso mundial de una derecha radical crecientemente autoritaria. Y, frente a ellos, lo hace singular también su origen judío. Porque virtualmente todos los tópicos recogidos líneas arriba derivan de un documento apócrifo y antisemita de principios del siglo XX denominado “Los protocolos de los sabios de Sión”. Y no importa cuántas veces se argumente que es un plagio de textos previos pergeñado en la Rusia zarista, esos tópicos reaparecen de forma constante.
Según textos como ese, los judíos buscarían la dominación mundial, empleando de manera indistinta el capitalismo financiero o el comunismo ateo con el propósito de minar los fundamentos materiales y morales de, entre otras, la civilización occidental. A su vez, los principales artífices de esa conspiración secreta serían capitalistas judíos con intereses transnacionales, sin arraigo en patria alguna. ¿Encontró ya los paralelos con los cargos formulados contra Soros o necesito seguir?
Uno supondría que un Estado que busca representar al pueblo judío y combatir el antisemitismo (es decir, Israel) asumiría la defensa de Soros frente a esos ataques. Pero dado que la fundación Open Society que aquel creó colabora con organizaciones israelíes como B’Tselem o Rompiendo el Silencio, las cuales critican tanto la ocupación de territorios palestinos como las violaciones contra los derechos humanos cometidas bajo el gobierno de Benjamin Netanyahu, ese no es el caso.
En ocasiones en las que incluso organizaciones de la comunidad judía en Hungría calificaron acciones del partido oficial húngaro (y no solo contra Soros) como antisemitas, el gobierno de Netanyahu prefirió aceptar la versión del gobierno de Viktor Orbán. Es decir, el mismo Orbán que reivindica los “períodos positivos” (sic) de la dictadura de Miklós Horthy, un gobernante húngaro que, durante sus “períodos negativos”, forjó una alianza con Hitler y colaboró con el Holocausto.
Por si es afecto a teorías conspirativas, aclaro que jamás mantuve vínculo alguno con Soros, su fundación o sus intereses económicos.