(Foto: AP)
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Virginia Rosas

Como si la situación en el Medio Oriente no fuera ya bastante conflictiva, al presidente se le ocurrió, unilateralmente y vía Twitter, anunciar que Estados Unidos deseaba reconocer la soberanía de Israel sobre las alturas del Golán, territorio sirio ocupado por el Estado hebreo en 1967 y anexado –sin el reconocimiento de la comunidad internacional– en 1981. 

Aprovechando la visita a Washington de su amigo, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu –sobre quien pesan acusaciones de corrupción y que brega por su reelección el 9 de abril–, Trump firmó el lunes 25 el decreto que legaliza la ocupación, violando el derecho internacional al desconocer las resoluciones 242 (1967) y 338 (1973) del Consejo de Seguridad de la ONU que se oponen a la adquisición de territorios por la fuerza y que hasta hoy, pese a las simpatías de Washington por Tel Aviv, ningún mandatario estadounidense había osado ilegitimar.

“Ningún presidente lo hizo”, alardeó Trump como un niño que presume de una hazaña, sin medir las consecuencias que tal gesto puede acarrear. Él solo quería dar un empujoncito a su amigo ‘Bibi’ en las elecciones. Ambos no solo tienen el mismo estilo de gobernar, sino que deben enfrentar acusaciones congresales.

Netanyahu se ha aprovechado de la amistad con Trump como argumento de campaña para vanagloriarse de su buen manejo de las relaciones internacionales, desde que el 6 de diciembre del 2017 Washington reconoció a Jerusalén como capital de Israel y trasladó su embajada a dicha ciudad, que los palestinos reclaman también como la capital de su futuro Estado.

En la lista de regalos de su amigo Trump está también el retiro de EE.UU. del acuerdo nuclear con Irán y la reanudación de las sanciones contra ese país. Lo del Golán es la cereza en la torta a poco de los comicios, pues Netanyahu afirma que Irán pretende destruir Israel desde Siria.

Atrapado entre su narcicismo, su cortoplacismo y su ignorancia en equilibrios geopolíticos, Trump ha abierto otra caja de los truenos en el Medio Oriente.

Para empezar, Bashar al Asad, el tirano de Damasco, aprovechará para desviar la atención de sus crímenes recientes y antiguos apelando a la cohesión nacional ante el enemigo israelí.

Irán, por su parte, que ya ha intervenido con firmeza en la guerra civil siria para defender el régimen de Al Asad y vencer al Estado Islámico, hoy en retirada, aprovechará para asentar su permanencia en ese país en defensa de una paradójica ‘causa árabe’ que, en principio, no debería ser la suya.

Por último, y no menos importante, reconocerle a Israel la soberanía del Golán le da en la yema del gusto al presidente ruso, Vladimir Putin, que puede justificar la tan criticada anexión de Crimea, y en su afán expansionista considerar otras.

Sin olvidar que Trump le ha dado carta blanca a cualquier país que pretenda apropiarse de territorios por la fuerza, ignorando el mandato de la ONU.

Es por eso que en más de medio siglo, a ningún presidente se le ocurrió salir del statu quo sin que se haya llegado previamente a un acuerdo de paz.

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