(Foto: Reuters / Difusión)
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Farid Kahhat

Concluía una columna anterior bajo el mismo título mencionando un estudio de la Universidad de Harvard (“La cobertura noticiosa de las elecciones generales del 2016: cómo la prensa les falló a los votantes”).

Según ese estudio, los principales medios estadounidenses brindaron a la candidatura de una cobertura antes y durante las elecciones primarias del Partido Republicano bastante mayor a la que concedieron a los demás precandidatos, fuesen estos demócratas o republicanos.

La paradoja es que la mayoría de los medios que comprendió el estudio tendían a ser críticos de Trump. Eso podría tener dos explicaciones. La primera es que su cobertura seguía las tendencias electorales. Es decir, los medios concedían mayor cobertura a Trump porque tenía mayor intención de voto o más fondos de campaña. La segunda explicación sería que, aunque amplia, la cobertura de Trump propendía a ser crítica. Según el estudio en mención, la evidencia no corrobora ninguna de esas explicaciones.

De un lado, la cobertura no se basó en las encuestas o la recaudación de fondos. Respecto a la campaña de Trump, el estudio concluye que “cuando su cobertura en medios comenzó a crecer con rapidez, no estaba encumbrado en las encuestas de intención de voto y virtualmente no había recaudado dinero”.

Es decir, los medios no decidieron su cobertura con base en esas consideraciones sino, como indica el estudio, con base en la audiencia que concedía cubrir una campaña novedosa y sensacionalista. De ese modo contribuyeron a encumbrar una candidatura que, en un inicio, no contaba con mayor respaldo entre votantes o donantes.

De otro lado, la cobertura mediática de la campaña de Trump (en contraste con la línea editorial de algunos de los medios estudiados) fue en lo esencial favorable. Y lo fue, según el estudio, porque, antes que centrarse en los temas de la agenda política, los medios cubrieron la campaña como si fuera una carrera de caballos: mucha de la cobertura fue favorable a Trump porque se centraba en un principio en su ascenso en las encuestas, y luego en sus victorias electorales.

Es decir, aun medios cuya posición editorial era crítica respecto a las propuestas de Trump le brindaron una publicidad gratuita sin parangón a cambio de la audiencia que obtenían por esa cobertura. En otras palabras, los medios y el candidato establecieron sinergias a expensas de los demás candidatos y, presumiblemente, de la calidad de la información.

Finalmente, un artículo de Luigi Zingales que pretendía dar lecciones sobre Trump basado en la experiencia de Berlusconi también brinda lecciones para nosotros. Según este, los únicos políticos que derrotaron electoralmente a Berlusconi (Romano Prodi y Mateo Renzi) lo trataron como un candidato más y centraron su atención en sus propuestas antes que en su personalidad o imagen pública.

Es decir, sería preferible preguntarle a Ricardo Belmont sobre el cargo al que postula y no sobre temas migratorios que están fuera de las competencias del alcalde. Descubriríamos entonces que, por ejemplo, el “plan de gobierno” (sic) que registró ante el Jurado Nacional de Elecciones es una presentación en Power Point con objetivos inverosímiles, como lograr “0% delincuencia”.

Un objetivo cuyo logro ni depende del gobierno municipal ni se ha conseguido jamás en ninguna ciudad del mundo (incluyendo la Lima de la que Belmont ya fue alcalde).

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