Él estuvo en la plaza donde se soñó con la democracia en China y recibió un balazo por compartir ese deseo. Hoy, 26 años después de aquel 3 de junio en el que se aplastaron las pocas libertades del pueblo chino, aún sigue vigilado por el Gobierno: teme que cuente su historia.
No duda en alzar la voz cuando tiene la oportunidad, pero aún persiste el miedo a desenmascararse por completo y prefiere hablar desde el anonimato, más de un cuarto de siglo después de aquella "terrorífica" noche, uno de los capítulos más negros de la historia reciente de China.
"El 3 y el 4 de junio de 1989 son dos días que nunca olvidaré, no se me irá nunca de la cabeza ese sentimiento de miedo e impotencia". Habla un superviviente, entonces universitario del sur de China, cuya curiosidad le llevó a involucrarse en unas manifestaciones que pusieron contra las cuerdas a la dictadura china.
Como enviado especial de la radio de su facultad, el estudiante no dudó en embarcarse en un viaje de tres días de tren rumbo a Pekín, al centro de las masivas protestas prodemocracia que se expandieron por todo el país y que duraron casi dos meses.
"El día 3 fue horrible. Muchas personas recibieron disparos o fueron atropelladas por tanques y vehículos blindados", recuerda el entonces joven, quien relata el caos y la indecisión de los presentes en la emblemática plaza.
Mientras la radio y televisión oficiales informaban sobre la ley marcial declarada por el Gobierno, los manifestantes se mostraban reticentes a abandonar el enclave.
"No podemos permitir un derramamiento de sangre. Debemos irnos", recomendaron dos iconos de las protestas: el Nobel Liu Xiaobo, quien hoy sigue encarcelado en China, y el cantante taiwanés Hou Dejian.
Hou negoció con los soldados la salida: los manifestantes abandonarían la plaza y el Ejército no dispararía. Pero una de las dos partes no cumplió con su palabra. "Las balas sobrevolaron mi cabeza... Se desató el pánico".
Muchas personas, recuerda este superviviente, decidieron quedarse en el centro de Tiananmen. Nunca supo qué ocurrió con ellas, si llegaron a formar parte de la lista de muertos que, según algunas fuentes, pudo llegar a los miles y que el Gobierno sigue sin publicar.
Él consiguió llegar hasta una estación de tren e incluso obtener un billete en medio del caos para volver al sur. En el último momento, cambió de opinión.
"Subieron varios estudiantes de Pekín al vagón y dijeron que fuéramos a sus universidades a planear el futuro del movimiento. No lo dudé", rememora sobre Tiananmen.
Acabó con un balazo en la pierna izquierda en el puente de Muxidi ya entrada la mañana del día 4, zona aledaña a la plaza y donde se produjeron un gran número de muertes.
De hecho, según otros testigos, la masacre no tuvo lugar en la plaza con cuyo nombre se la recuerda, sino en áreas cercanas, cuando el Ejército disparó de forma arbitraria a su entrada a la ciudad.
"Corría sin parar, sólo quería escaparme de ese lugar de muerte... Hasta que mi pierna vibró y caí al suelo", explica. Por suerte, los soldados se retiraron al poco tiempo y sus gritos de dolor alertaron a otros ciudadanos que le llevaron a un hospital, recuerda sobre Tiananmen.
La herida no fue muy profunda, pero necesitó reposo. Nueve días en casa de un extraño de Pekín que le cuidó en la clandestinidad.
"Ese día comprendí que los derechos y la libertad de los ciudadanos en China son una falacia", afirma, una vez convertido en abogado, después de pasar más de dos años trabajando en una fábrica, manteniendo un perfil bajo.
Consiguió llevar una vida más o menos "tranquila" durante mucho años, hasta que firmó la Carta 08, un manifiesto que volvía a pedir derechos fundamentales impulsado por intelectuales.
"Desde entonces (2008) estoy más vigilado", cuenta desde el arresto domiciliario al que le tienen sometido cada año, de forma previa al aniversario de lo que sigue siendo un tabú en el país.
"Somos esclavos comunistas", denuncia, y se lamenta de que el "lavado de cerebro" de estudiantes llevado a cabo por el partido único, junto a la censura, no deje ver a la juventud china de hoy "los verdaderos valores de las libertades y la democracia".
Él tiene un sueño, viajar en algún aniversario a donde sí hay un poco de apertura para conmemorar a sus compañeros caídos: Hong Kong.
"Es un espejo para el resto de China. Deben seguir con su democratización", opina respecto a la llamada "revolución de los paraguas" del pasado año, que aunque "no tuvo mucho impacto" en otras zonas del país, les dio esperanza: "Ellos, como nosotros, no olvidan lo que significa ser libres".
Fuente: EFE