El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, habla durante la sesión informativa diaria sobre el nuevo coronavirus, COVID-19, en la sala de reuniones Brady en la Casa Blanca. (Foto: AFP/Mandel Ngan)
El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, habla durante la sesión informativa diaria sobre el nuevo coronavirus, COVID-19, en la sala de reuniones Brady en la Casa Blanca. (Foto: AFP/Mandel Ngan)
/ MANDEL NGAN
Pedro Ortiz Bisso

Desde que se conoció el primer caso de coronavirus, la Organización Mundial de la Salud (OMS) no ha mostrado la agilidad que requería una emergencia de esta dimensión. En algún momento tuvo una postura contraria a las restricciones a los vuelos, cuando varios países empezaron a imponerlas ante el peligro de los contagiados importados, y su cambio de posición sobre el uso de las mascarillas acentuó el desconcierto.

La ciencia es dinámica y develar los secretos de un virus tan nuevo no ha sido tarea fácil. Sin embargo, en tiempos donde la instantaneidad es un valor en alza, estos vaivenes no han dejado en buen pie a la entidad dependiente de las Naciones Unidas.

Pero nada de eso justifica restarle recursos cuando la emergencia sanitaria en el mundo está lejos de ser controlada y el número de infectados supera los dos millones.

El anuncio del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de congelar los fondos que Estados Unidos le entrega a la OMS por su supuesta cercanía a China, es ridículo, más aún si recordamos que hace apenas unas semanas, el mandatario norteamericano elogiaba a las autoridades del país asiático por su manejo en el control de la enfermedad.

Lo que ocurre en la Casa Blanca es muy simple: con más de 600 mil contagiados y unas 25 mil muertes, en gran medida por la actitud errática, cuasi demencial, de Trump ante el virus, a este no le ha quedado otra opción que buscar un chivo expiatorio. Y la criticada OMS era el blanco ideal para sus fines.

La actitud de Trump parece inspirada en el argumento de la película “Wag the Dog” (“Escándalo en la Casa Blanca”), en la que un mandatario estadounidense envuelto en un escándalo a pocos días de las elecciones, decide montar una historia falsa para desviar la atención. El filme de Barry Levinson, una joyita del cinis

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