El 11 de diciembre por la mañana -día del atentado en la Feria Navideña de Estrasburgo, en Francia- la policía había efectuado el allanamiento de domicilio de Chérif Chekatt, el autor del ataque, con la intención de arrestarlo.
No por actividades vinculadas con el proselitismo islamista, sino por delitos ligados a la delincuencia común. Querían detenerlo por un intento de homicidio en un ajuste de cuentas. Todos sus cómplices fueron arrestados, pero no Chérif Chekatt, quien no se hallaba en su domicilio esa mañana. Esa misma noche disparó contra la multitud que visitaba la feria, dejando cuatro muertos y numerosos heridos.
Chekatt no tenía un plan de fuga. Tanto así que para escapar tomó un taxi que lo condujo a Neurdof, el barrio donde vive uno de sus hermanos y donde finalmente fue encontrado y abatido, dos días después, durante un tiroteo con las fuerzas del orden.
La policía lo buscó allí porque Chekatt, un ‘lobo solitario’ que actuó bajo su propio impulso, no contaba con los recursos de aquellos delincuentes ligados a las bandas organizadas. Y según el seguimiento que se le realizaba desde hacía dos años, tampoco existían evidencias de ningún tipo de relación con el autodenominado Estado Islámico.
Chérif Chekatt tiene el inquietante perfil de la mayor parte de los terroristas que han cometido los últimos atentados. Jóvenes alrededor de los treinta años, nacidos y educados en Europa, y con un largo historial de delitos comunes de poca monta por los que han entrado y salido de prisión constantemente. En el caso del estrasburgués, su larga carrera delictiva se inició a los diez años y desde entonces había cumplido prisión en Francia, Alemania y Suiza.
¿Cómo no compararlo con Salah Abdeslam, el único sobreviviente de los atacantes del 2015 en París, quien tras fracasar en su intento suicida, regresó al barrio en el que se crió - Molenbeek, en Bélgica- donde fue capturado vivo y trasladado luego a París? Abdeslam tenía antecedentes de narcotráfico al menudeo y pequeños robos, como sus cómplices que sí murieron en los atentados al Bataclán y el Estadio de Francia.
Ninguno de los objetos y documentos hallados en la casa de Chekatt, ni sus interacciones a través de las redes sociales, permitían presagiar un paso al acto de tal magnitud, apenas unas horas después de su fallida captura.
La reivindicación proclamada por el EI tras la muerte del atacante, parece más bien un acto de aprovechamiento del grupo terrorista islámico, pues Chekatt no portaba un nombre de guerra, ni había grabado ningún video de en el que manifestara su lealtad hacia el Estado Islámico.
Con un pie en la delincuencia común y otro en el Islam radical, la vida de estos jóvenes resulta un enigma, inclusive para los servicios especiales encargados de hacerles el seguimiento.
Guardan en común algunas semejanzas, como el haber crecido en suburbios de grandes ciudades, donde suelen concentrarse familias de trabajadores inmigrantes. Generalmente provienen de hogares musulmanes no practicantes o moderados. No hablan árabe y conocen muy poco del Corán. Suelen radicalizarse en prisión, pero al salir de esta conservan sus antiguos hábitos delincuenciales en paralelo con la práctica religiosa.