
Primero, pidió a los padres que controlen mejor a sus hijos, luego culpó a las redes sociales y, como corolario, responsabilizó a los videojuegos del reciente estallido de violencia. El presidente de Francia, Emmanuel Macron, no tuvo mejores ideas para explicar así los motivos de las revueltas que llevaron a las calles a miles de jóvenes, muchos de ellos menores de edad, en protesta por la muerte de Nahel, un adolescente de 17 años que fue asesinado el 27 de junio por un policía durante un operativo en Nanterre, en las afueras de París.
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Los disturbios que se desataron la semana pasada en los suburbios franceses dejaron más de 2 mil inmuebles incendiados, 12 mil vehículos quemados, saqueos a unas mil tiendas y daños a 400 sucursales bancarias, lo que ha significado unos 1.100 millones de dólares en pérdidas, según ha señalado el Gobierno. Además, más de 3.600 personas han sido detenidas.
A pocos días del 14 de julio, el Día Nacional de Francia, las protestas pusieron de nuevo en evidencia la fractura de su sociedad, y las explicaciones -que no se han dejado de discutir en estos días- van desde la desconexión con una población que no se integra (sea porque no puede o no quiere hacerlo), el abuso policial, el racismo, la inmigración, las ayudas estatales (pocas o muchos, de acuerdo al cristal con que se mire), y los acomodos políticos.
Pero las manifestaciones también están siendo una marca más para el gobierno de Macron, quien desde su primera gestión ha visto cómo los franceses no han tenido reparos en reclamarle sus propuestas, sobre todo económicas, como la subida del impuesto a los combustibles -que fue la chispa que prendió las larguísimas protestas de los chalecos amarillos en el 2018 y 2019- o el aumento de la edad de jubilación, que desató la ira de los trabajadores.

Macron gobierna mientras el país se incendia cada tanto, y sus respuestas -como culpar a los videojuegos o las redes sociales- parecieran mostrar que aún no puede interpretar lo que le grita la calle.
“El gobierno de Macron se está caracterizando por tener que lidiar con crisis sociales prácticamente cada tres meses. Y esto tiene que ver con su arrogancia y desprecio de clase que le ha caracterizado. No se priva de comentarios provocadores que solo arrojan más leña al fuego”, expresa a El Comercio Aldo Rubert, profesor de sociología política en la Universidad de Lausana, Suiza, y experto en movimientos de protesta en Francia.
El presidente -que en el pico de los disturbios por Nahel no tuvo reparos en asistir a un concierto de Elton John- es considerado un pragmático que prefiere no ubicarse a la derecha o a la izquierda (aunque ciertamente está más a la derecha de lo que pregona), pero desde que entró en la política ha llevado sobre él la etiqueta de elitista, y él no ha hecho mucho para quitársela. De hecho, sus dos elecciones las ganó solo por ser la única opción ante Marine Le Pen.

“Macron es un hombre joven y en campaña partió de la premisa de que las tensiones sociales en el país eran el fruto de una economía que no levantaba y no podía dar oportunidades a toda la población. En su plataforma política orientó muy poco espacio al tema cultural y migratorio, porque su punta de lanza era la economía”, señala a este Diario el historiador y novelista peruano Rodrigo Murillo, radicado en París.
“Estamos en un problema que requiere un estadista que sea capaz de interpretar el alma y el espíritu de lo que es Francia y hacia dónde va Francia, y Macron no tiene las variables para entender el origen de la violencia en este caso”, añade.
“Sería necesario que a la primera infracción consigamos sancionar económica a las familias [de los manifestantes]”
Emmanuel Macron, presidente de Francia
Un problema estructural
Aunque los disturbios han menguado, el problema está lejos de solucionarse y en cualquier otro momento el conflicto puede volver a estallar.
Los manifestantes, en muchos casos adolescentes, de los suburbios se sintieron identificados con Nahel, de origen argelino, así como en el 2005 también se vieron reflejados en Zyed Benna y Bouna Traoré, dos jóvenes que murieron electrocutados mientras los perseguía la policía, cuyas muertes también desataron una ola de indignación y violentas protestas muy similares a las ocurridas estos días, y que han incidido en la brutalidad policial y los controles más estrictos a los que son sometidos los inmigrantes o aquellos nacidos en Francia, pero de ascendencia africana o magrebí.
“El perfil de los participantes de estas protestas es de ciudadanos muy jóvenes que están conscientes que están sometidos a controles de identidad, que son a menudo discriminatorios según la apariencia racial, y saben que pueden ser víctimas de los abusos policiales. Y esto genera un sentimiento de injusticia”, apunta Rubert.

Para Murillo, el problema también tiene que ver con la constante inmigración que recibe Francia desde hace décadas, y que hay una población importante nacida en el país que no se identifica con la nación francesa.
Si bien en muchos de estos suburbios hay muchas ayudas estatales, han quedado al margen del llamado “estado de bienestar”.
“Hemos sido testigos de la expresión de una ira popular cuyo fondo entendemos, pero cuya forma no podemos respaldar. La violencia no resuelve nada”.
Kylian Mbappé, futbolista francés
“Es un tema complejo porque hay cada vez más franceses resentidos porque se les descuenta una parte importante de sus impuestos para solventar los gastos de esta población, lo que ha facilitado que resurja la extrema derecha. Y, al mismo tiempo, tienes una extrema izquierda que vive políticamente de esta población. Entonces, son dos polos de la sociedad que se están separando cada vez más hasta límites que pueden resultar peligrosos”, comenta Murillo.
A esto habría que añadir un factor que no es menor: la explosión del terrorismo yihadista en Francia hace una década, y que permitió a la policía multiplicar los controles entre la población musulmana afincada en el país. Solo el 2022, hubo 13 muertes durante registros policiales en las carreteras.
A pocos días de celebrarse el Día Nacional de Francia, el país volverá a entonar La Marsellesa con el orgullo que suponen sus valores republicanos de igualdad, libertad y fraternidad, pero con la gran incógnita de si estos valores realmente representan a todos.

En octubre del 2018, Macron anunció el aumento de los combustibles, lo que motivó que miles de personas salieran a las calles durante casi un año, paralizando carreteras en todo el país. Las manifestaciones no tenían un liderazgo, y se caracterizaron porque sus participantes, la mayoría trabajadores, llevaban puestos chalecos amarillos fluorescentes.

En diciembre del 2019, la propuesta del mandatario de aumentar la edad de jubilación motivó que más de 800 mil personas salieran a las calles. Macron debió marcha atrás, pero tras resultar reelecto en el 2022, volvió a presentar el proyecto, lo que motivó nuevas manifestaciones en enero de este año.

En el 2020, en plena pandemia, el gobierno aprobó una ley para criminalizar la difusión de imágenes de policías. Esto motivó que miles de jóvenes se manifestaran en el país señalando que el proyecto significaba una restricción de las libertades para fortalecer la impunidad de las fuerzas del orden.

Desde su primera gestión, los franceses han protestado en las calles contra el aumento del costo de vida. La mayoría de manifestaciones fueron coordinadas por sindicatos de trabajadores.
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