(Foto: EFE)
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Idafe Martín Pérez

La última década cambió Europa. Envuelta en continuas crisis, respondió muchas veces improvisando cuando en su caja de herramientas no encontraba soluciones.

Luuk van Middelaar (Eindhoven, Países Bajos) lo vivió desde dentro como asesor y pluma del primer presidente del Consejo Europeo, el belga Herman van Rompuy. Desde fuera lo hace como profesor de Derecho Europeo en la universidad holandesa de Leiden.

Van Middelaar es autor de obras muy leídas entre la dirigencia europea: “El paso hacia Europa” (2013) y “Cuando Europa improvisa, 10 años de crisis políticas” (2018).

— El Parlamento británico debe todavía votar el acuerdo del . ¿Europa ha castigado al Reino Unido con este acuerdo?
No, pero tampoco ha querido hacer un regalo. Los ingleses tienen la reputación de querer solo lo bueno, aprovechar las ventajas comunes de la Unión Europea (UE) sin cargar con sus responsabilidades y siempre pidiendo excepciones. Los otros 27 lo aceptaron con frecuencia porque el Reino Unido no es un país cualquiera, pero ahora quisieron poner fin a eso. Así que los 27 rechazaron ceder sobre algunos puntos de principios. Londres no puede elegir. Llegados a este marco, el acuerdo muestra la elección que hicieron los británicos sabiendo que no pueden conseguirlo todo.

— ¿Es posible romper los lazos tras casi 45 años de relación sin provocar un desastre económico y político?
Sí, como un divorcio después de un matrimonio de 45 años. Se crean muchos lazos y cuando uno se divorcia se deja atrás algo de la propia identidad. Eso duele. Son lazos entre sociedades y ciudadanos que se deshacen. Entre los países europeos hay una integración visible. Por ejemplo, el hecho de poder viajar sin pasaportes o de compartir una moneda, el euro, es algo muy concreto y visible. Dos proyectos en los que no participa el Reino Unido. Pero también hay una integración invisible: todo lo que es regulación para el comercio de medicamentos, los transportes, los servicios de seguridad, etc... No es fácil reemplazarlo.

— La UE pierde una potencia nuclear, económica, cultural y política. La UE va a ser más pequeña, ¿pero puede ser a la vez más sólida y coherente?
El Brexit es claramente una pérdida, una amputación. La UE pierde un país que hace indudablemente parte del espacio, de la cultura y de la historia europeos.

— ¿Avizora un gran resultado de los populistas en las elecciones parlamentarias europeas de mayo del 2019?
Obtendrán más diputados, sobre todo en Italia, pero no ganarán los comicios. Conseguirán en torno al 20% de los escaños (entre 120 y 150 de 700). Es mucho, pero muy lejos de una mayoría. Y perderán el contingente euroescéptico británico del UKIP. En Francia ya tuvieron un buen resultado en el 2014 con el Frente Nacional, así que no van a mejorarlo mucho. En Alemania van a ganar escaños con AfD.

— ¿Por qué esos partidos atraen cada vez más votos?
La inmigración será uno de los temas claves de las elecciones europeas. Desde hace 10 años varias crisis pusieron a prueba a las grandes familias políticas: la conservadora cristiano-demócrata y la socialdemócrata. Estos últimos sufrieron, sobre todo por la crisis financiera mundial del 2008: políticas de ajuste, más desigualdad social, etc... Perdieron los votos que tenían a la izquierda. En Francia o en Países Bajos, los socialdemócratas clásicos casi han desaparecido (el último sondeo da al Partido Socialista francés una intención de voto del 4%). Los conservadores, en tanto, sufren el ataque por la derecha de los partidos de ultraderecha o nacionalistas y su tema es la inmigración.

— Algo paradójico se repite por casi toda Europa. Las grandes ciudades, llenas de migrantes, no votan por esos partidos. El medio rural, con pocos migrantes, sí los votan.
Sí, se ve por toda Europa. Fue lo mismo con el referéndum del Brexit: muy fuerte en los territorios periféricos excepto Escocia, muy débil en Londres. Las ciudades aprecian la libertad y el intercambio. En la Edad Media había un proverbio en Europa: “El aire urbano hace libre”. Al interior de la muralla uno era un ciudadano libre, al exterior era un campesino o un siervo bajo dominio de un señor. Pero en el campo hay sentimientos de abandono, rechazo e injusticia. Lo vemos en Francia con el movimiento de los ‘chalecos amarillos’, que tiene sus orígenes en la llamada Francia periférica, fuera de los grandes centros urbanos como París o Lyon.

— A propósito de su última obra, “Cuando Europa improvisa”, ¿Europa improvisa siempre mal o en ciertas ocasiones lo hace bien?
Hay de las dos cosas. Improvisamos cuando estamos mal preparados o no hemos hecho los deberes. Pero hay momentos en los que para improvisar se debe mostrar talento. Como en el teatro o en el jazz, donde la mayor estrella es quien mejor improvisa. La UE es algo parecido. Durante la crisis del euro hubo momentos en los que había que actuar a ciegas. Ni recetas preparadas, ni reglas en los tratados, había que inventar algo para frenar la tormenta. Eso lo juzgo de forma positiva. Tal improvisación fue el comienzo de una acción política para una Europa que había nacido como una tecnocracia, una fábrica de normas.

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