Redacción EC

RICARDO LEÓN , enviado especial

En el video se muestran escenas ocurridas en el lado opositor de , en las ciudades de Altamira y Chacao, dos de los focos de las protestas estudiantiles de las últimas semanas. Cada mañana las calles amanecen libres, pero por las tardes miles de estudiantes bloquean los accesos a la plaza de Altamira con barricadas. Los enfrentamientos empiezan con la llegada de la Guardia Nacional Bolivariana: los estudiantes lanzan piedras, la guardia responde con gases lacrimógenos; los estudiantes lanzan bombardas, los guardias utilizan gas pimienta. Así. Todas las tardes. Quienes viven en los alrededores incluso ya se acostumbró y entienden que continuará hasta que una de las partes ceda: el gobierno dice que busca dialogar, pero repime; los estudiantes reclaman por la violenta represión sufrida y ya no quieren dialogar. Como dijo un estudiante ayer por la tarde: el que se cansa, pierde.

En Venezuela se dice que creó una neo lengua, un diccionario de nuevos términos alusivos a la política desplegada por su gobierno y por su ideología. Economía comunal, milicias, felicidad social, gobierno de la calle, hegemonía comunicacional, parlamentarismo de calle, cuarta república, mecanismo cambiario alternativo. También creó insultos: perros de la guerra, enanos de intelecto (una de sus favoritas), tumores, pitiyanquis, escuálidos. Chávez murió hace un año, pero su neo lengua sigue vigente; cualquier niño, adolescente o adulto chavista que quiera exponer sus ideas sobre la situación que vive este país armará un rompecabezas mental con tres o cuatro de estas palabras y un par de insultos y tendrá algo parecido a un concepto.

Su sucesor, el actual presidente , también quiso destacar a través de frases ingeniosas, pero él no tiene ni por asomo el talento de orador de Chávez. No habla como su ex jefe y, cuando lo hace, lo hace muy mal. Hace un año dijo que Venezuela está dividida en dos mitades, “solo que una es minoritaria y la nuestra es mayoritaria”. Esto es un absurdo geométrico, aunque quizá Maduro no sé haya dado cuenta de que involuntariamente dio en el clavo: lo que hay en este país es una división inexacta, desigual, ambigua, profunda. Venezuela es en este momento una implosión.

Recorriendo los anaqueles de un supermercado en el lado este de Caracas, Mónica Cárdenas cuenta un chiste: “Ahora cuando me encuentro a un amigo en la calle no lo miro a la cara, sino a la bolsa de compras. Y en vez de preguntar cómo está, le pregunto qué ha podido comprar”. Y se ríe. Coge un par de latas de atún y las coloca en el carrito. Ella es peruana de nacimiento y vive en Venezuela desde 1975; ahora ya tiene nacionalidad venezolana, amigos venezolanos, una vida venezolana. Coge un poco de detergente; en la sección de alimentos crudos no hay pollo. Ella es artesana, y crea adornos y joyas con vidrio en un pequeño taller ubicado en su casa, en un barrio residencial relativamente ordenado, aunque en alerta naranja por la inseguridad. Pasamos ahora en la sección de artículos de aseo personal: no hay papel higiénico. Ella vende esas artesanías de vidrio, pero su último cliente la visitó hace ya varias semanas.

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