La década ganada. Así define el kirchnerismo sus años de poder en Argentina. Habla de la recuperación de empresas estatales, el control de la moneda, los subsidios a los sectores desfavorecidos, el pago de la deuda externa, el crecimiento del empleo, la caída de los índices de pobreza, además de la aprobación de leyes contra los represores y medidas progresistas como el matrimonio igualitario.
Pero desde otros sectores se comenta el maquillaje de las cifras de la inflación, la corrupción, el disparo de la inseguridad, la captación de poder, la ley de medios, el agigantamiento del aparato gubernamental, la arrogancia del matrimonio K y la polarización del país.
Con Cristina Fernández terminan doce años de un gobierno que giró alrededor del apellido Kirchner y de cuyo legado será difícil desprenderse, para bien o para mal.
El kirchnerismo es una corriente del peronismo, el movimiento populista que Juan Domingo Perón inoculó en el país desde los años 50, y que aún hoy es difícil de definir para los propios argentinos. Como dice el filósofo José Pablo Feinmann, uno de los intelectuales de referencia del kirchnerismo, el peronismo es pragmatismo, es política pura. Es una ideología que se acomoda de acuerdo a los tiempos y los gobiernos. Hoy puede ser a la izquierda, antes más a la derecha, después al medio de los dos. Desde el libre mercado impulsado por Carlos Saúl Menem en la década de los 90, hasta el peculiar populismo de centroizquierda que inauguró Néstor Kirchner en el 2003.
Para los académicos, el kirchnerismo se convirtió en el neopopulismo argentino, un peronismo vuelto a reciclar que refuerza las industrias nacionales y empodera a un Estado benefactor. Todo centrado en las figuras de Néstor Kirchner y Cristina Fernández.
“Gran parte de la población latinoamericana se enamora de los caudillos y entonces Néstor Kirchner comenzó a degradar con nombre y apellido a empresarios, periodistas, personalidades del país, con lo cual parecía que era el macho esperado”, señala al diario “El País” el psicólogo y escritor Marcos Aguinis, uno de los intelectuales argentinos más reconocidos y que ahora apoya la candidatura de Mauricio Macri.
Néstor Kirchner llegó al poder casi dos años después de la salida del poder de Fernando de la Rúa, quien impuso el infausto corralito en el 2001 y que reubicó a los argentinos en la realidad latinoamericana. El mandatario, dueño de una retórica particular, empezó a reactivar el consumo interno con subsidios que salían de los fondos estatales, que empezaron a engrosarse gracias a la estatización de varias empresas, como la petrolera YPF y Aerolíneas Argentinas.
Pero su principal estrategia fue crear un movimiento caudillista, alrededor de su figura y la de su esposa, Cristina Fernández. Se formó La Cámpora, dirigida por su hijo Máximo, para movilizar a los jóvenes peronistas reconvertidos en kirchneristas. Una masa de apoyo popular que sirvió de escudo al gobierno en estos años.
"El kirchnerismo dio una buena respuesta a la crisis y sus primeras apuestas apuntaron a desafiar lo que había ocurrido, reactivar el mercado interno y parchar un país que se había fisurado", señala a AP el sociólogo Roberto Gargarella, profesor en la Universidad Torcuato Di Tella y de la Universidad de Buenos Aires.
La reactivación paulatina de la economía le dio la fuerza suficiente para conseguir el colchón político necesario para prolongar su proyecto, el cual quedó encargado en Cristina Fernández quien lo sucedió en el 2007.
-El matrimonio K-
Néstor Kirchner, nacido en la patagónica Santa Cruz, y Cristina Fernández se casaron en 1975. Ambos, estudiantes de Derecho y de personalidades muy fuertes, fueron miembros de las juventudes peronistas y siempre participaron del activismo político. Néstor falleció en el 2010, durante el primer mandato de su esposa.
"Para confirmar su identidad política, el kirchnerismo hizo un fuerte énfasis entre 'ellos' y 'nosotros' y lo transformaron en la diferencia entre el amigo y enemigo, que es todo aquel que no piensa como uno", explica a EFE Orlando D´Adamo, director del Centro de Opinión Pública de la Universidad de Belgrano.
"Cuando un líder tiene un grupo muy apasionado defendiendo una idea es inevitable que aparezca otro grupo muy fanatizado oponiéndose", resume el analista. Así fue que la Argentina se dividió en los ‘K’ (kirchneristas) y los ‘anti K’. Una especie de “grieta”, como lo definió alguna vez el periodista Jorge Lanata, un emblema de los ‘anti K’.
El estilo confrontacional del matrimonio Kirchner y en última instancia de la presidenta Cristina Fernández definió la cancha para los argentinos: los opositores que no reconocen los logros del gobierno, y los militantes –como ella misma los llama– que no toleran las críticas hacia los errores del régimen.
Este 10 de diciembre se termina una era en la política argentina. No habrá un Kirchner en el poder, pero la sombra de ambos no podrá simplemente borrarse de un plumazo, así sea Daniel Scioli o Mauricio Macri el que gane las elecciones del domingo.
¿Qué pasará con Cristina Fernández? La presidenta tiene un nivel de aceptación de casi 25%, así que será una presencia inevitable en el gobierno que venga.
D'Adamo no se imagina a Cristina Fernández retirada de la política. La presidenta ha dicho que tras dejar la Casa Rosada disfrutará de sus nietos, pero ha insistido que siempre estará presente en el día a día de los argentinos. "Yo no voy a ir a ninguna parte, voy a estar siempre para recordarles a todos el país que hicimos. Siento que me he ganado un lugarcito en el corazón de muchos argentinos".