En 1921 un exestudiante de la Escuela Normal contó en El Universal Ilustrado cómo fue que él y sus amigos descubrieron túneles subterráneos en el Templo de San Pedro y San Pablo.
La historia tiene lugar en 1898, cuando los estudiantes intentaban irse de pinta. Su exploración los llevó a recorrer los subterráneos, donde por cierto había huesos humanos.
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El templo de San Pedro y San Pablo es un antiguo complejo religioso y educativo, localizado en la calle de San Ildefonso en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Su construcción se realizó entre los años 1576-1603.
Los subterráneos de San Pedro y San Pablo
28 de julio de 1921
El misterio de las viejas piedras - Los ojos del gato
1.- Patio por donde se inició la investigación.
Señor Director de EL UNIVERSAL ILUSTRADO.- México. En días pasados publicó usted una historia de San Pedro y San Pablo y esto me llamó la atención, para manifestarle que por allá en el año de 1898, siendo alumno de esa Escuela.
Con el propósito de fugarnos, descubrimos un gran subterráneo, y este va, según vimos, por un lado parece pasa por la Escuela Normal calle de San Ildefonso y por el otro lleva el rumbo de Loreto, aunque los muchachos más grandes aseguraron que a la Perpetua o a la Escuela de Medicina, lo cierto que para el gobierno sería bueno que lo acabaran de descubrir porque es un gran escondrijo. A nosotros nos costó abrir ese agujero, un cepo de campaña, pues casi nos rajaron las nalgas, que más tarde salimos al Hospital Juárez, tapando el agujero por mandato del mayor inmediatamente. Si usted lo cree sea de interés le mandaré decir exactamente donde hicimos el agujero para que ustedes hagan lo mejor que les convengan.- Su afmo. atto. y S.S.- M. E.- El paso, Texas., julio, 1921″. (1)
Las cenas de tres arcos
Tal es el texto de la carta reveladora del secreto del camino subterráneo abierto en tiempos pretéritos, para comunicar los importantes edificios que en ella se mencionan y como la sincera misiva del exasilado de los “Mamelucos” podía proporcionarme oportunidad de hacer un recorrido lleno de sensaciones, tan importante como mi visita a las catacumbas del Convento del Carmen en San Ángel, le escribí pidiéndole pormenores. Estando en posesión de ellos, invité a Casasola (Cadet) para que me acompañara y fuimos, él y yo y mi bravo heredero a pretender el descubrimiento del misterio de aquellos caminos subterráneos.
Nuestro recorrido fué muy interesante, lleno de impresiones. Estuvimos a punto de no volver a flor de tierra, pues en la profunda oscuridad reinante íbamos a caer los tres excursionistas al fondo de profunda cisterna.
El edificio está en estado de abandono (excepto la parte que corresponde a la Iglesia). Obtenido el permiso del conserje, Casasola, mi muchacho y yo, iniciamos nuestra marcha hacia el misterio, apegándonos a los datos contenidos en la segunda carta de M.
Una salida vista de adentro
En el último y amplio patio, buscamos las huellas de un gran estanque que hubo allí en otro tiempo y en donde actualmente hay unos lavaderos.
Nos hallamos frente a una vieja arquería tapiada duramente y que por la orientación dá hacia lo que hoy es Cuartel de las Inditas. Hasta ese punto coincidían perfectamente los datos del informante.
Allí tras de esos muros, viejos y fuertes, estaba el principio de lo desconocido que tratábamos de descubrir. Y ante ese sitio lóbrego, impregnado de la tristeza que inspiran las piedras viejas, sentí vacilar. Iba, además, con nosotros un niño a quien deberíamos cuidar antes que nada.
-Mire, dele vuelta, allí en el fondo hay un agujero en la pared, me dijo Casasola. Por allí podemos entrar. y diciendo y haciendo. Emprendió su marcha hacia el rincón del patio y yo le seguí medrosamente. Temía por la suerte de mi hijito. Me estaba sintiendo ridículamente sentimental.
Pero él me dió una lección de serenidad. De un salto aventajó a Casasola y estuvo frente al agujero por donde debería comenzar nuestra excursión. Arrojamos una piedra al interior. para calcular, por el sonido de la profundidad que tendría. En seguida preparamos la lámpara eléctrica y pasé primero por aquella abertura. El nivel de suelo era el mismo que en el exterior. Una vez adentro los tres, seguimos nuestra marcha hacia el Oriente, (según las indicaciones de la carta). Caminamos por una extensa galería abovedada y a medida que avanzábamos la atmósfera se viciaba más, hasta hacerse casi imposible.
Un encuentro inesperado
Llegamos por fin a tocar un muro. Al aplicarle la luz, nos hallamos con un agujero de dimensiones semejantes al de la entrada. A medio metro de él había otra pared; pero seguía un estrecho sendero hacia la izquierda.
Reconocimos el lugar y mi primogénito intrépidamente dió un salto con lámpara en mano subió al borde de aquel agujero, resbaló y cayó de bruces, apagándose la lámpara y entonces vimos brillar en el fondo, dos intensos fanales rojos.
-¡El muerto! ¡El muerto! gritó Casasola, pretendiendo inútilmente salir .
-Es un gato, contestó mi muchacho, todavía tirado. Encendimos un cerillo para buscar la lámpara y vimos a un primoroso felino en actitud hosca y agresiva, hacia el fondo. El paso era muy estrecho para azuzar al gatito a que saliera y resolvimos irlo empujando hacia adelante.Era un guía seguro. Continuamos, completamente desorientados. El gato corría pequeños tramos, deteniéndose y volviendo la cara hacia nosotros .
De cuando en cuando apagábamos la linterna para ver el rojo vivo de sus ojos. En un instante el animal se sentó sobre sus traseros y se echó encima, saltando por nuestras cabezas.
¡Maldito gato! El susto que nos pegó. Ya sin sus brillantes ojos no teníamos guía. Caminamos como diez metros más y por instinto, porque la Providencia nos salvó, detuvimos la marcha. Tiré a mi hijito, poniéndolo detrás de mí a pesar de sus protestas y di algunos pasos. Sentí hundirme. Entonces sí tuve miedo. Retrocedí y busqué en el suelo una piedra.
Cogí un hueso humano
Pero al tocar aquel, noté que estaba muy húmedo y en vez de una piedra tropecé con una cosa larga y fría. Comprendí que era un hueso humano, identificándolo al aplicarle la lamparilla, que iba alumbrando cada vez menos. Entonces buscamos en aquel sitio, hallándonos con muchos huesos por todos lados. Al fin, tuvimos una piedra, y la arrojamos hacia adelante.
-Cómo tiembla la cámara, dijo Casasola. ¡Interesante revelación! Cayó sobre el agua produciendo un chasquido y arrojándose gotas sobre la cara. Estábamos a menos de un metro de profundidad.
-Padre nuestro que estás en los cielos… (rezaba Casasola)
Otro acompañante
Un silbido de afuera, nos llenó de asombro. ¿Quién sería aquel que nos importunaba? Los tres nos juntamos pegados a la pared y apagamos la lámpara para esperar. Era el encargado de aquellas ruinas que venía a buscarnos, alarmado por nuestra tardanza. Nos juntamos con él y nos refirió que en ese sitio comenzaba el subterráneo, pero que estaba inundado. Era inútil, pues seguir adelante. Salimos llenos de tierra, cubiertos por viejas telas de araña y oyendo a cada paso el ruido de las ratas que corrían espantadas de nuestra importuna visita.
En otros sitios del edificio
El señor M. E. estaba en lo justo. Existe un subterráneo hoy cegado por la inundación y que de ser descubierto tal vez proporcionaría detalles históricos muy importantes.
A juzgar por la dirección que llevamos es indudable que vaya a dar o a Santa Catalina o a la propia Escuela de Medicina, donde en los tiempos de la Colonia estuvo el Tribunal del Santo Oficio.
Antes de salir a la calle recorrimos los inmensos salones del Colegio de San Pedro y San Pablo. Son una ruina. Destinado el edificio a Colegio, a Manicomio o, a Prisión y al Cuartel, cada vez ha sufrido modificaciones, se le ha destruido despiadadamente. Apenas si en uno que otro sitio se puede contemplar la belleza de un antiguo decorado. El lugar es triste. Se siente uno muy solo al ir por cada una de las salas. Al atravesar los patios, parece notarse el paso de fantasmas-monjes, locos o presidiarios-de los que en diversos tiempos han tenido allí albergue. Lo que más conmueve es ver los estrechos y oscuros calabozos dónde quién sabe cuántos habrán recibido ayer, torturas sin cuento.
De los edificios viejos que he visitado, ninguno me ha causado la triste impresión que recogí en el viejo y destartalado San Pedro y San Pablo.