Pese a que el consumo de alcohol está rigurosamente prohibido al 97% de la población en Pakistán, la producción y el consumo de alcohol florecen en este país asiático con una abrumadora mayoría de musulmanes.
En la fábrica Cervecería de Murree, construida por colonos ingleses en el norte de Pakistán, las calderas de cobre 'vintage' exhalan su nauseabundo perfume, para producir unos 10 millones de litros de cerveza por año.
El establecimiento, situado frente a la poderosa jefatura de Estado mayor, produce también ginebra o whisky. Ahí, centenares de toneles maduran apaciblemente, pese al sol de plomo, en una bodega climatizada.
La cervecería, creada por los colonos ingleses en 1860 en Murree, cerca de Islamabad, sobrevivió a la prohibición impuesta a los musulmanes paquistaníes en 1977 en el marco de una islamización llevada a cabo por el entonces primer ministro, Zulfiqar Ali Bhutto.
Hoy, la empresa está implantada en Rawalpindi y registra un crecimiento anual de 15 a 20% en su volumen de negocios, posee una mano de obra cualificada y es un importante contribuyente fiscal, lo que le da notoria estabilidad en un país azotado por la violencia islamista.
"En sí no hay riesgo alguno ya que somos una institución que respeta escrupulosamente todas las leyes y somos uno de los mayores contribuyentes del país. Es del interés de todos que la Cervecería de Murree prospere como empresa legal", asegura el mayor Sabih, uno de los directivos de la sociedad.
EL ALCOHOL Y LAS ÉLITES
Oficialmente, solamente los tres millones de adultos paquistaníes no musulmanes tienen permiso para comprar alcohol en las tres cerveceras del país.
Pero los precios -una lata de cerveza cuesta 300 rupias (2,5 euros) en el mercado legal, para un sueldo medio de 13.000 rupias (110 euros)- impiden a los más desfavorecidos acceder a estos productos: están destinados, más bien, a la élite, mayoritariamente musulmana.
"Las tiendas de alcohol venden a quien puede pagar, y solo los musulmanes tiene los medios", destaca Tahir Ahmed, especialista de adicciones, y muy preocupado por el auge del alcoholismo.
"En la cultura provincial, siempre ha habido alcoholes destilados localmente. Por su lado, la clase media está impregnada de moralidad islámica. En cambio en la clase superior, enriquecida, servir alcohol a los invitados se ha convertido en una nueva norma", explica.
"La principal vía de importación ilegal pasa por Dubai, con lanchas rápidas que atraviesan el mar" de Arabia hacia la costa paquistaní, según un responsable aduanero.
Pero los precios de los traficantes son prohibitivos: 2.000 rupias para una botella de ginebra de Murree, a menudo cortado con cócteles medicamentosos, y 4.000 rupias para una botella de vino normal.
Los que no tienen dinero recurren a los alcoholes adulterados. Los diarios informan regularmente de muertes ocurridas después de festejos con este tipo de bebidas.
Por ello, algunos aficionados con cierto poder adquisitivo, prefieren producir directamente un vino casero. Es una vieja práctica que tiene ya varias décadas.
No es necesario ni viñedo ni fermentación: Hassan se contenta con comprar algunos litros de zumo de uva, azúcar y fermentos, que mezcla en grandes bombonas de vidrio. Para el vino blanco, obtiene el jugo de varios kilos de naranjas y de uvas blancas, a las que añade pasas. Todo ello fermenta discretamente bajo una mesa en la habitación de los invitados.
"El vino de aquí no es bueno y es caro" se justifica. Es verdad que no siempre la fermentación es un éxito. Pero más allá de la cuestión de dinero, "es un pasatiempo divertido, y es agradable beber la producción propia"
Un pasatiempo, no obstante, que puede costar 80 latigazos. Pero ello no disuade en absoluto al aficionado productor de vino, sobre todo por que la pena casi nunca ha sido aplicada.
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— El Comercio (@elcomercio) 5 de octubre de 2016
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