América Latina empieza la década rodeada de los escombros y los déficits estructurales exacerbados que ha dejado la pandemia: con la pobreza, la desigualdad, la informalidad, el desempleo, la deserción escolar y la violencia de género al alza.
El FMI estima que no recuperaremos lo perdido en términos per cápita hasta finales del 2025, y que por tanto la trayectoria de crecimiento económico en esta década será la mitad de lo que hubiese sido en un mundo sin pandemia. Si la coyuntura ya es difícil, el pronóstico es peor. La posibilidad de otra década perdida en lo económico, o de dos décadas perdidas en lo social, nos acecha.
Yo, sin embargo, tengo cuatro razones que permiten imaginar una década distinta.
La primera es que la región tuvo una costosa, pero valiosa lección en tecnologías digitales durante la pandemia. Del ‘ecommerce’ al ‘elearning’, de la telemedicina al teletrabajo, vimos años de avance en apenas meses. No es casualidad que MercadoLibre sea ahora la compañía más valiosa de Latinoamérica. Con esto, hay promesas de innovación, digitalización y productividad a nuestro alcance.
La segunda es la transición ecológica. Esta recuperación será muy distinta a la que siguió al 2008. Esta vez, el mundo se demorará en ser austero e invertirá como nunca. Una importante proporción de esta inversión internalizará criterios sociales, ambientales y de gobernanza. Esto beneficiará, entre otros, al sector de las renovables, donde América Latina tiene mucho que ganar. Tenemos compañías pioneras en el sector, una población preocupada por el cambio climático, somos potencia en biodiversidad y tenemos las mayores reservas mundiales de los minerales esenciales (como el litio) que requerirá esta industria efervescente.
La tercera razón es China. Con esta pandemia, el titán asiático ha adelantado cinco años la fecha en que sobrepasará a Estados Unidos como principal economía del mundo. Para ello la economía china tendrá que duplicarse en tamaño, pasando de 15 billones a 30 billones de dólares de PBI en apenas ocho años. Esto representaría el mayor crecimiento bruto registrado en la historia de la humanidad. Así, podríamos tener otro superciclo de materias primas, que beneficiaría especialmente a Sudamérica, al tiempo que los países del norte se beneficiarían del fenómeno del ‘reshoring’ a raíz de la tensión geopolítica entre EE.UU. y China.
La última razón de optimismo es nuestra juventud y nuestras mujeres. Tenemos una gran cohorte de jóvenes con mejores niveles educativos que exigen voz, equidad y protagonismo. Tienen un inmenso potencial transformador en el proceso de recuperación, que deberá venir acompañado de mejores prospectos laborales, más capacitación y menores brechas de habilidades en su entorno.
Sin embargo, hay también cuatro factores que pueden arruinar este panorama: El primero, el acceso y distribución de las vacunas. Según el BID, atrasarnos un trimestre vacunando nos cuesta cerca de $125.000 millones en crecimiento, casi el 2,5% del PBI regional: perder un mes ahora es casi como perder un año luego. Para ello, América Latina, al igual que el mundo en desarrollo, necesita con urgencia mecanismos multilaterales de acceso universal a las vacunas, como el COVAX.
El segundo escollo se refiere a las dificultades del financiamiento externo, que deberán resolverse también multilateralmente para que el gasto y la inversión no sean el lujo de los países ricos y para que las soluciones no excluyan a los países mal llamados de “renta media”.
El tercero es la desconfianza y la polarización política. Encaramos un nuevo superciclo electoral con una población más descontenta que nunca. Necesitaremos nuevos pactos fiscales que requerirán pactos sociales que aborden los problemas de desigualdad, pobreza, desempleo y protección social y consigan mayor transparencia del Estado en la lucha contra la evasión y la corrupción.
Y el cuarto, la calidad de los liderazgos, no solo políticos. Liderazgos empresariales y de la sociedad civil capaces de ser propositivos y no solo defensivos, de lograr consensos por encima de intereses pecuniarios y de tener visión de largo plazo serán determinantes en nuestra capacidad de superar juntos esta crisis.
Lo cierto es que hay panoramas distintos. Hay una ventana de oportunidad. De nosotros depende que no se cierre.
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