Consejero presidencial, por Felipe Ortiz de Zevallos
Consejero presidencial, por Felipe Ortiz de Zevallos
Felipe Ortiz de Zevallos

“El Perú requiere una democracia crecientemente participativa, un consenso amplio sobre objetivos y medios, un liderazgo austero y lúcido, un Estado técnico a la altura de nuestro tiempo, una educación para el cambio, una nueva madurez que permita el diálogo abierto y plural, la comprobación de que el sistema no va a ser utilizado en provecho de una élite dominante, libertad de opinión y expresión, un Poder Judicial eficaz y honesto, una universidad que sea también centro irradiador de cultura, imaginación y coraje, prudencia y humildad, sentido común y generosidad”. Este es uno de los párrafos finales del libro (Respuestas para los 90’s) que el presidente Pedro Pablo Kuczynski y yo escribimos hace más de un cuarto de siglo, cuando el Perú sufría los estragos de una grave crisis económica y de la violencia política.

Mantengo con el presidente una amistad de casi cuatro décadas, iniciada cuando me invitó a hospedarme en su casa y nos la pasamos, en el extranjero y por todo un fin de semana, hablando sobre el Perú. Desde entonces, he admirado sus varias cualidades de liderazgo: una mente potente y curiosa, una interpretación actualizada del complejo mundo de hoy, objetividad y sentido de equidad. Es hidalgo para reconocer el mérito de sus colaboradores y no alguien que manipula ni esconde la verdad por el prurito de caer bien. Sabe delegar y estimular el sentido de responsabilidad. Se preocupa por el sentido ético de las decisiones y no suele hacer  promesas engañosas. Procura honrar su palabra y sabe mantener, incluso en momentos de gran tensión, la cabeza fría y el sentido de humor.      

A pocos días de su elección, le mencionó a terceros que quería tenerme cerca. Es evidente que el presidente cuenta con más conocimientos y experiencia que yo para un 70% de los temas vinculados con las decisiones de gobierno. Del resto, puede haber una mitad sobre las que, sin saber yo necesariamente mucho, puedo sí saber mejor, quién sabe. Por tanto, interpreto la responsabilidad de actuar como consejero presidencial ad honórem como la de responder, con la reserva del caso, a las inquietudes concretas del presidente en los temas específicos en los que me quiera preguntar; así como la de hacerle preguntas motivadoras, algunas quién sabe incómodas, amparado por la amistad y confianza con la que me honra. Con mi consejo, podrá él, sin tener que darme explicaciones, hacer lo que considere conveniente: seguirlo o dejarlo a un lado. 

Creo que en el ejercicio de esta función, no me corresponde promover iniciativas ni personas, por valiosas que estas me puedan parecer, ni interferir para nada en la gestión de los ministros de Estado. Mi tarea básica será escuchar y responder personalmente a las inquietudes del presidente de la República y, eventualmente, hacerle preguntas reflexivas. Resulta, por ello, una función a tiempo parcial, aunque me obliga sí, como lo establece el D.S. 060-2016, a un manejo muy estricto y transparente de cualquier eventual conflicto de interés, así como a mantener una confidencialidad plena de cualquier información reservada a la que eventualmente pueda tener acceso. Por lo mismo, dejaré de ofrecer entrevistas a la prensa, ya que los buenos periodistas saben cucharear bien y leer en la interlínea. Y no aceptaré tampoco responsabilidades adicionales a las que ya ejerzo, desde hace un buen tiempo, en la actividad privada.     

En el umbral del bicentenario de su independencia, el Perú resulta todavía una nación que viene haciéndose en su historia, una república pendiente, una promesa y posibilidad aún por lograr. Hay valores republicanos fundacionales que siempre resulta conveniente reafirmar: el anhelo de libertad de los peruanos para forjar en esta tierra sus mejores sueños, el respeto a la ley por parte de todos, la igualdad de oportunidades, un sistema de justicia eficaz y no discriminatorio, espacios públicos y múltiples de encuentro y deliberación, una institucionalidad basada en normas racionales, así como en conductas austeras, la solidaridad para con los que entre nosotros más carecen, la tolerancia para con ideas plurales y diversas, la conciencia y apuesta por una ciudadanía creciente y verdaderamente efectiva.

Si a través de mis consejos al presidente, en la medida de mis posibilidades y conocimientos, pudiera contribuir a fortalecer y renovar estos valores, me sentiré muy agradecido por la oportunidad tan honrosa que se me ofrece.