Las vacunas contra el COVID-19 actuales se desarrollaron a una velocidad sin precedentes y superaron las expectativas en cuanto a su eficacia. Los miles de millones de personas protegidas por ellas han evitado síntomas graves, hospitalizaciones y muertes. Estas vacunas son un éxito científico inmenso. Y, sin embargo, podrían ser aun mejores.
El virus ha evolucionado y el mundo necesita una siguiente generación de vacunas para responder. Esto incluye vacunas que prevengan las infecciones por coronavirus por completo.
Cuando se autorizaron las primeras vacunas de ARN mensajero (ARNm) en diciembre del 2020, el mundo se enfrentaba a un tipo diferente de pandemia. La cepa dominante entonces tenía una capacidad relativamente baja para propagarse entre las personas. En ese momento, las vacunas de ARNm no solo brindaban una fuerte protección contra enfermedades graves y muerte, sino que también protegían contra infecciones y la propagación del virus.
Pero el SARS-CoV-2 continuó mutando y, al hacerlo, ha dado lugar a variantes más contagiosas y altamente capaces de escapar de los anticuerpos protectores, causando infecciones generalizadas, a pesar de los niveles cada vez mayores de inmunidad conseguidos por las vacunas y las infecciones previas. Afortunadamente, después de la dosis de refuerzo, las vacunas de ARNm siguen siendo muy eficaces para prevenir hospitalizaciones y muertes, incluso contra la variante ómicron.
Entonces, cabe preguntarse: si ya podemos eliminar gran parte de la enfermedad grave y el riesgo de muerte mediante una combinación de vacunas y tratamientos existentes en la actualidad, ¿por qué deberíamos preocuparnos por las infecciones?
Porque incluso las infecciones leves pueden convertirse en un cuadro de COVID-19 prolongado, y las personas que las sufren pueden experimentar síntomas debilitantes y duraderos. Asimismo, las infecciones periódicas pueden suponer trastornos sustanciales en la vida de las personas, afectando su capacidad para trabajar y mantener a sus hijos. Tampoco hay garantías de que las personas infectadas con ómicron permanezcan protegidas contra infecciones de futuras variantes.
Un cambio que podría hacer que las vacunas sean más efectivas es que puedan detener al virus justo cuando ingresa al cuerpo. Esto podría reducir las infecciones por completo, así como la propagación del virus.
Las vacunas contra el COVID-19 disponibles en la actualidad se inyectan en los músculos del brazo y son altamente capaces de combatir el virus una vez que las personas están infectadas. Pero no tienen tanto éxito para evitar que las personas se infecten. Para ello, lo ideal sería evitar que el virus se propague justo en el sitio en el que las personas se infectan: la cavidad nasal.
Grupos de científicos estamos trabajando en vacunas nasales contra el COVID-19 por esa misma razón. Idealmente, una vacuna nasal podría ingresar a la capa de moco dentro de la nariz y ayudar al organismo a producir anticuerpos que capturen al virus antes de que tenga la oportunidad de adherirse a las células de las personas.
Al atrapar al virus justo en el sitio de la infección, los anticuerpos inducidos por las vacunas nasales podrían darle al organismo una ventaja para combatir el virus antes de que cause síntomas. Las vacunas nasales no solo podrían estar mejor posicionadas para prevenir infecciones, sino que también podrían desarrollar el mismo tipo de protección del sistema inmunológico que otras vacunas, e incluso más fuerte porque esta memoria inmunológica está en la puerta de entrada del virus.
Este tipo de vacunas se ha considerado tradicionalmente más difícil de fabricar. La capa de moco es una barrera formidable. El cuerpo tampoco genera una respuesta inmune robusta simplemente rociando cualquier vacuna convencional en la nariz.
La buena noticia es que los científicos creemos que hemos encontrado una forma de solucionar este problema para el SARS-CoV-2. Hemos demostrado en estudios con animales que podemos rociar las llamadas proteínas de punta del virus en la nariz de un huésped previamente vacunado y reducir significativamente la infección en la nariz y los pulmones, así como brindar protección contra la enfermedad y la muerte. La combinación de este enfoque con los esfuerzos en curso para desarrollar una vacuna única para una gama más amplia de coronavirus también podría ofrecer protección a las personas contra futuras variantes.
La gran pregunta es cuánto duraría la inmunidad de una vacuna nasal. Hasta ahora, en estudios con animales, los anticuerpos y las células inmunitarias de memoria persisten en la nariz durante meses. Si esta inmunidad disminuyera con el tiempo, se podría usar el aerosol nasal como refuerzo cada cuatro o seis meses. Animar a las personas a obtener sus refuerzos contra el COVID-19 es fundamental. Y la resistencia para un refuerzo de aerosol nasal podría ser menor que para una inyección de aguja.
El mundo necesita desesperadamente una estrategia de vacunas que coloque guardias inmunológicos fuera de las puertas para evitar que los invasores virales nos infecten. Además, cualquier éxito que tengamos en el desarrollo de una vacuna nasal contra el COVID-19 no se limitará a este virus. Las estrategias de las vacunas en aerosol nasal también se pueden aplicar en otros patógenos respiratorios.
Si bien aún quedan algunos obstáculos, vale la pena centrarse en los posibles beneficios inmunológicos y para la salud pública de las vacunas en aerosol nasal, ahora y en los años siguientes.
–Glosado, editado y traducido–
© The New York Times