Cuánto habrá degenerado nuestra política que se realizan elecciones y ya nadie gana. Los recientes comicios han dejado a todo el mundo fastidiado. El martes un columnista de derecha titula su análisis “Elecciones de terror”; otro de izquierda “Escalera al infierno”. Vaya, ¡unas elecciones dignas de Stephen King! A la derecha la entristece la multiplicación de autoridades antimineras; la izquierda derrama lágrimas por esos limeños ingratos. El Apra, por su parte, duda entre llorar la defunción del viejo amante norteño o devolver el queco que un bigote coquetón le ha dejado caer en el mismísimo velorio.
Ante el descontento general comienza a girar la ruleta de las culpas. Por primera vez en mucho tiempo, la derecha y la izquierda están de acuerdo con cuestiones sustanciales y han encontrado al culpable de todo este desmadre: el ciudadano. ¡La izquierda y la derecha unida jamás serán vencidas! A darle con todo a ese sujeto inmoral, alienado, irracional, tarado, individualista, idiotizado, consumista, desinformado. Cuando ese mismo limeño prefería a Keiko sobre Humala, la derecha nos decía que tal era el sano reflejo político de nuestro pueblo empresarial y hayekiano. Y cuando esos mismos ciudadanos rechazaban la revocatoria, la izquierda celebraba nuestra polis de atenienses prudentes. Ahora que nadie ha ganado somos un pueblo enfermo.
Y esto no es nuevo, nos informa Enrique Pasquel. Ya habíamos demostrado nuestra propensión a la inmoralidad cuando reelegimos a García y luego a Humala, “el temible Capitán Carlos”. Pero un ratito: ¿y por qué no agregamos a esta inmoral lista que la élite peruana votaba muy tranquila por la representante del gobierno más corrupto de la historia nacional? El gusto de las élites por la corrupción ha de ser otro fenómeno, pragmatismo tal vez.
Esto me lleva a mi punto principal. Si queremos reformar el sistema político, debemos eliminar el ánimo inquisitorio y sesgado. Junto al insulto contra el ciudadano, la reciente elección visibiliza también el prejuicio y el linchamiento fácil contra las regiones. Desde Lima se enjuicia el nivel de alcaldes y presidentes regionales, se fustiga la corrupción de sus gobiernos, la ineficiencia de sus burocracias, el autoritarismo de sus líderes, para no hablar de aquellos con tendencias ‘rojimias’, a quienes ya deberíamos haber encerrado en sanatorios mentales. Listo, hemos descargado nuestro “análisis” contra ese Macondo gigantesco que asedia al Mónaco limeño (Neira dixit).
¿La descentralización es un fracaso por culpa de las regiones? Yo sé que sería mejor responder que sí y mantenernos en el confort de los prejuicios. Pero no es así. A la descentralización se le abandonó desde el gobierno central, desde Lima. Para brindar un solo ejemplo recordemos que el gobierno de Alan García desactivó el órgano de dirección de la descentralización y lo convirtió en un irrelevante despacho dentro de la Presidencia del Consejo de Ministros, al mismo tiempo que aceleraba el traslado de competencias y recursos a las regiones. Pero esos eran tiempos en que el PBI crecía a todo trapo, a nadie le importó.
¿Y cuando aumenta el crimen en las regiones a quién responsabilizar? ¿Nos hemos olvidado que la policía es nacional y que todos los gobiernos aquí en Lima cambian a los ministros del Interior como al agua de los floreros sin concretar estrategia alguna contra el crimen? Y lo mismo sucede con ciertos gobiernos regionales, ¿a quién culpar de la emergencia de gobiernos autoritarios y corruptos como el de Álvarez en Áncash? ¿Al Poder Judicial nacional y su presidente en Lima incapaces de imponer la ley e impartir justicia en las regiones? ¿O guillotinamos a los ancashinos y su deleite por la ladronería y el maltrato? Observar el fracaso de la descentralización como un asunto de las regiones es como culpar a los vagones por el descarrilamiento de un tren conducido por un maquinista ebrio.
Entonces, tenemos un sistema político defectuoso por muchas razones y culpas. Y desde hace tiempo. Tal vez haya en estas elecciones cosas de terror e infernales, pero hay muy poco de nuevo. Sus tendencias fundamentales estaban presentes en todas nuestras elecciones precedentes. Ante el griterío generalizado que acusa a los ciudadanos y a las regiones de inmorales y/o lobotomizados, es urgente recordar que esos ciudadanos y regiones se ven obligados a elegir en un marco institucional defectuoso y ante una élite política y económica nacional indigente tanto a nivel de sus ideas como de su compromiso con el país. Durante un par de décadas a la derecha no le ha importado nada más que el dígito de crecimiento del PBI y a la izquierda eliminar al tan mentado neoliberalismo económico. De ese desinterés común por las instituciones nació y creció nuestro engendrito. Creo que fue Pedro Planas quien lo dijo, los países no tienen los gobernantes que se merecen sino los que sus élites les ofrecen.