Una mañana de noviembre pasado, me desperté con una visión conmovedora: videos de jóvenes manifestantes en varias ciudades chinas gritando y cantando por el fin de la política opresiva de “cero COVID-19″ a la que China se había adherido durante la pandemia. Tengo 31 años. Nunca en mi vida había visto a mis conciudadanos enfrentarse al Gobierno Chino a tal escala y con tanta determinación.
Me maravilló su valentía, pero una sensación de inquietud se infiltró: las protestas dejaron en claro cuán a fondo la censura, la propaganda y el férreo control del gobierno sobre todo discurso habían atrofiado la capacidad de una generación para expresarse.
Las manifestaciones son mejor recordadas por las hojas de papel en blanco que sostienen muchos manifestantes. Era una forma inteligente de evitar problemas: hacer una declaración sin decir nada. Pero, para mí, esas hojas vacías también representaban visualmente, y literalmente, cómo mi generación está perdiendo su voz, tal vez incluso el control de su propio idioma.
El monopolio del Partido Comunista sobre todos los canales de expresión ha ayudado a prevenir el desarrollo de cualquier lenguaje de resistencia en mandarín. Si el lenguaje da forma a nuestra manera de pensar, y la mayoría de la gente piensa solo en su propio idioma, ¿cómo pueden los jóvenes de China evocar un movimiento de resistencia efectivo y duradero con palabras que no tienen?
El problema no es el idioma chino en sí. “Libertad”, “derechos” y “democracia” existen en el mandarín, como en casi todos los idiomas. Son valores universales. Pero décadas de censura han hecho que los chinos tengamos miedo incluso de pensar con esas palabras.
En el 2020, mientras trabajaba en la industria cinematográfica china, los productores rechazaron un guion que había escrito sobre los esfuerzos fallidos de una mujer soltera para congelar sus óvulos. Muchas mujeres chinas quieren preservar sus óvulos para la fertilización más adelante en la vida, pero China prohíbe que las mujeres solteras lo hagan. Los productores me dijeron que mi guion nunca pasaría los censores porque desafiaba la política nacional.
Harta de tener que evitar la homosexualidad, el feminismo y otros temas que se consideran demasiado sensibles, decidí escribir ficción, y esperaba que eso me otorgue más libertad. A finales del 2020, me senté a escribir mi primer cuento. Se inspiró en una vigilia por Li Wenliang, el oftalmólogo en Wuhan que fue reprendido por las autoridades chinas después de advertir en diciembre del 2019 de un virus entonces poco conocido que se propagaba en la ciudad. El Dr. Li murió unas semanas más tarde después de contraer COVID-19 y fue llorado por muchos chinos como un heroico narrador de la verdad. Pero me encontré incapaz de escribir la historia en mandarín, no solo porque sabía que la mención del nombre del Dr. Li se había convertido en tabú, sino porque me di cuenta de que tendría que autocensurarme. Ni siquiera podía imaginar cómo se vería la historia en mi propio idioma: nunca había leído una pieza de literatura mandarín contemporánea que se involucrara directa y críticamente con la política china.
Millones de chinos deben ser creativos para evitar la censura cuando se expresan. Esto ha generado todo un léxico de eufemismos utilizados para referirse a temas delicados. La censura determina lo que no podemos decir. La propaganda proporciona lo que podemos decir y esta se ha enraizado en los patrones del habla de la gente común.
Ahora vivo en los Estados Unidos. El otoño pasado, durante una videollamada con mi madre en China, lamenté cómo no nos habíamos visto en tres años. Culpé a la política de “cero COVID-19″ y le dije que la extrañaba. Ella respondió que las decisiones del gobierno siempre fueron correctas porque sabe lo que es mejor para la mayoría de la gente, que yo fui egoísta al ver la pandemia como un asunto entre nosotros dos y que necesitábamos hacer todo lo posible por el bien del país.
Me rompió el corazón que mi madre no quisiera, tal vez no pudiera, admitir que ella también me extrañaba y que el gobierno podría ser responsable de nuestra separación. En ese momento, ya no poseía un lenguaje privado, había dejado que el lenguaje oficial se infiltrara en su relación más íntima.
Si el idioma chino pudiera hablarse sin censura, si la gente pudiera pensar en mandarín sin miedo, podría producirse un cambio sísmico. Si el Partido Comunista fuera despojado de su monopolio sobre el lenguaje, las narrativas que utiliza para justificar su legitimidad gobernante se derrumbarían. Necesitamos desesperadamente encontrar un nuevo lenguaje para representar nuestra realidad actual e imaginar un futuro radicalmente diferente.
Antes de su muerte, el Dr. Li dijo que “una sociedad saludable no debería tener una sola voz”. Pero las palabras que no se usan y las ideas que ya no se contemplan se enfrentan al olvido. La pregunta para mi generación en China no es solo si harán oír sus voces, sino si pueden encontrar las palabras necesarias para ello.
–Glosado, editado y traducido–
© The New York Times