Desde hace varios años, el año que termina es considerado como el más caluroso del que se tenga registro en la historia. Esta verdad es un indicador del calentamiento global producido por las crecientes concentraciones de gases de efecto invernadero, que en su mayoría producimos los seres humanos.
El calentamiento global ha producido un cambio en el clima –al que llamamos hoy “cambio climático”– que genera, entre otros, huaicos, inundaciones, tormentas, olas de calor y brotes de enfermedades. De acuerdo con un informe de Unicef, en la primera mitad del siglo XX hubo una media anual de 12 desastres naturales y en el 2004 se reportaron 3.507 de ellos. En el Perú, el tercer país más vulnerable al cambio climático, entre 1997 y el 2006 se incrementaron más de seis veces las sequías, lluvias torrenciales, inundaciones, huaicos y heladas, de acuerdo a cifras del Ministerio del Ambiente.
Los desastres a causa de El Niño costero que azotan actualmente a nuestro país son consecuencia directa del cambio climático. Lo sucedido el 15 de marzo del 2017 será recordado como un infortunado hito del cambio climático en la costa de nuestro país. Pero los eventos que estamos experimentando se repetirán con más frecuencia e intensidad. Para afrontarlos, no bastará con construir mejores puentes, limpiar cauces de ríos, y hacer colectas si es que no modificamos significativamente nuestros estilos de vida, hábitos de consumo y la forma como nos relacionamos con la naturaleza como individuos y sociedad.
Teniendo en cuenta que es hasta los 12 años que se desarrolla el pico de nuestros valores y actitudes por la vida y la naturaleza, lograr que modifiquemos nuestros estilos de vida se vuelve un objetivo trascendental y transversal a todo el resto de acciones para afrontar la problemática ambiental y avanzar hacia el desarrollo sostenible. En este sentido, la Unesco ha comenzado a promover a nivel global la ‘Educación para el Desarrollo Sostenible’ (EDS). Este tipo de educación es el que permite identificar y nutrir los talentos de las niñas y niños con las capacidades para ser agentes de cambio, generando a través de sus decisiones y acciones bienestar para ellos mismos, para las demás personas y para la naturaleza.
Una característica de la EDS es que entiende que las ciencias, las matemáticas y el lenguaje no son el fin, sino el medio para construir un mundo mejor. Con ese enfoque, los estudiantes recuperan la emoción, adquieren propósito y las ganas de aprender, emprender y trascender a través de sus hogares y el resto de su comunidad.
En nuestro país ya existe una ruta trazada para institucionalizar la EDS. El Ministerio de Educación cuenta con la Política Nacional de Educación Ambiental y el Plan Nacional de Educación Ambiental, los cuales definen objetivos y lineamientos para aplicar el enfoque ambiental en el sistema educativo del país. Está pendiente aún que esta se vuelva una prioridad y que sean asignados recursos económicos (públicos y privados), humanos y técnicos para que se expanda lo más rápido posible en nuestro sistema. También que al aplicarlo, los educandos desarrollen una conexión afectiva con su entorno natural (biofilia).
Gandhi dijo que la diferencia entre lo que hacemos y lo que somos capaces de hacer resolvería la mayoría de los problemas del mundo. Trabajemos decididamente para que la educación evolucione hacia una que promueva el desarrollo sostenible, no solo en las instituciones educativas, sino también en nuestros hogares y comunidad. Estoy seguro de que antes que después contaremos con una generación de ciudadanos empáticos, resilientes, emprendedores y capaces de afrontar los problemas –como el que estamos viviendo ahora– con otro nivel de conciencia, una que nos devuelva la esperanza y permita avanzar hacia un país sostenible.