Patricia, a los 70, por Álvaro Vargas Llosa
Patricia, a los 70, por Álvaro Vargas Llosa

Mi madre cumple este fin de semana 70 años y se puede decir de ella lo que dijo de sí mismo : “He llegado a mi septuagésimo cumpleaños de la forma habitual: manteniendo estrictamente un esquema de vida que mataría a cualquier otro”.

Hay personas que dejan una huella en muchas otras sin que estas lo sepan: su realización es elusiva, vicaria. De ellas se puede decir que, en el campo en que les tocó ejercer, las cosas serían distintas sin su disimulado influjo. Para ellas no hay biografías porque si las hubiese, las cosas serían al revés. 

Patricia –así me acostumbré a llamar a mi madre desde pequeño– ha alborotado para bien por lo menos dos áreas de la vida pública, por no mencionar las de la vida privada. Me refiero a la literatura y la política.

Desde “”, que vio la luz en 1966, la obra publicada de mi padre, parte de ese torrente que partió de los extramuros latinoamericanos de Occidente hasta inundar la literatura de otros mundos, no se explica sin la suma vital e intelectual que es él, como sucede con otros escritores. En esa suma, el aporte principalísimo de mi madre lo conocen los amigos o quienes ponen mucha atención a las vidas de los seres públicos que les interesan, pero no los que más cuentan: los lectores. 

La literatura latinoamericana se globalizó cuando América Latina era un subcontinente amurallado por el proteccionismo y el nacionalismo, gracias a que sus autores fabularon sin fronteras. Pero también gracias a un puñado de espíritus generosos que ejercieron de tramoyistas detrás de esas transformaciones hechiceras en el teatro de la palabra escrita. Ellas ayudaron a tejer esas relaciones personales con , editores y periodistas culturales que fueron la otra cara del ‘boom’ de la lengua española. Patricia estuvo entre las más activas. 

Si esa fuera su contribución a la vida pública, sería bastante. Pero la política se cruzó en su camino a su pesar. Los jóvenes de hoy no tienen la menor idea de lo que fue el Movimiento Libertad y el papel seminal que le cupo, en el Perú y la América Latina ensimismada y populista de finales de los años 80, en la transformación (semi)liberal que vendría con los años, de distinto grado según el país. Quienes vieron aquello de cerca –me lo dicen de tanto en tanto desde personas humildes hasta profesionales de éxito que pasaron por Libertad– recuerdan la participación de Patricia en esa gesta de corta vida y larga reverberación. El grueso de su tiempo y esfuerzo lo pasó entre los pobres, junto a otras mujeres que como ella querían algo mejor para el Perú.

El Movimiento Libertad se terminó, pero sus ideas mordieron carne. Patricia regresó a la vida anterior; empezó a decir –dice todavía– no sin coquetería que detesta la política. Pero nunca la dejó: ella ha sido determinante en la decisión de muchos sobrevivientes de Libertad de hacer política bajo otros líderes. Los peruanos ignoran cuánto deben algunas figuras públicas que han ocupado cargos o tribunas en dos décadas al ‘madrinazgo’ de Patricia. También los hay en otras partes. Sus ahijadas y ahijados comparten características estrambóticas: un sentido ético de la vida pública, amor a la libertad, lealtad. 

Nadie que polemice sobre política con mi madre (lo hago con frecuencia, ay), la acompañe a museos y salas de concierto, discuta con ella sobre libros o explore junto a ella los recovecos de lugares desconocidos puede seguirle el ritmo. Ese rasgo renacentista, la curiosidad vital, es el más saliente junto a su temperamento resistente. Un psicólogo sabría explicar mejor que yo si la pérdida de una hermana a una edad muy temprana moldeó su carácter. 

Es cierto, como decía , que la razón habla y el sentido muerde, y que tener una buena combinación de curiosidad vital y resistencia, que pueden ser el otro nombre del sentido y la razón, ayuda a vivir mejor a uno mismo y a los suyos.

Feliz cumpleaños, querida Patricia.