En todo experimento populista, al inicio suele haber una luna de miel durante la cual el líder parece lograr cumplir todas las increíbles promesas que hizo. A la llamada revolución ciudadana de Rafael Correa le tomó dos años acabar con lo que quedaba del Estado de derecho en Ecuador e implantar un modelo de gobierno autoritario. Mientras la economía crecía, a una mayoría abrumadora de electores ecuatorianos no les importó la destrucción de las instituciones.
Primero, se fue limitando cada vez más la libertad de expresión, de manera más sutil y sofisticada que en otros países con gobiernos populistas. Mediante un decreto presidencial, el gobierno incautó una serie de medios de comunicación en el 2008, llegando incluso a controlar el grupo mediático más importante del país.
La situación solo empeoró luego de que se aprobara la Ley de Comunicación en junio del 2013. César Ricaurte, director ejecutivo de la ONG Fundamedios, considera que en la práctica esta ley no ha sido otra cosa que una forma “del Estado para castigar a los periodistas”.
En el frente económico, atravesamos el clásico ciclo populista: desde la euforia hacia la depresión. Acabamos de vivir el segundo ‘boom’ petrolero del país, con cifras oficiales vemos que, ajustando por inflación y por población, los ecuatorianos recibimos durante la primera bonanza (1973-82) en promedio US$203 por año y por habitante, mientras que entre el 2007 y el 2014 recibimos un promedio de US$353. Esto implica que la segunda bonanza petrolera, que coincidió con el gobierno de Rafael Correa, fue un ¡73%! superior a la primera en términos reales, siendo así la mayor en la historia del país.
Sin embargo, el crecimiento económico promedio, sin tanta parafernalia estatista y sin bonanza petrolera, fue superior entre el 2000 y el 2006 (4,2%) que durante la supuesta “década ganada” del 2007 al 2016 (3,3%). Incluso si consideramos los años de fines de los noventa para comparar la década prerrevolución con esta que acabamos de vivir (1997-2006, período que incluye la crisis de 1999, vs. 2007-2016), vemos que el crecimiento económico ha sido prácticamente el mismo (3,2% vs. 3,3%). Antes de la bonanza, además, la pobreza caía a un ritmo mayor que durante esta. Entre 2000 y 2006 cayó en 26,8 puntos porcentuales (de 64,4% a 37,6%) mientras que entre 2007 y 2013 cayó en 11,1 puntos (de 36,7% a 25,6%).
Aquí cabe resaltar algunas diferencias importantes. En el período prerrevolución ciudadana, la economía andaba bien mientras se reducía el endeudamiento público con un gobierno mucho más austero que el de hoy. Entre diciembre del 2006 y enero del 2017, la deuda externa pasó de 28,8% del PIB a 39,1% del PIB. En cambio, entre el 2000 y el 2006 la deuda pública se había venido reduciendo, de 76,7% del PIB a 28,8%. Esto llevó a que el gobierno, contradiciendo su discurso político, desde el 2014 gaste más en honrar la deuda pública que en educación y salud.
Por otro lado, en el período inmediatamente previo a la bonanza, el Estado tampoco creció de forma vertiginosa. El gasto público constituyó en promedio un 23,7% del PIB entre el 2000 y el 2006, promedio que casi se duplicó durante la revolución de la última década (2007-2016), ubicándose en 40,4%. Según la fundación Cordes, los empleados públicos aumentaron en un ¡56%! entre el 2007 y el 2015 y su salario promedio aumentó en un 78% durante el mismo período. Una verdadera “revolución burocrática”.
Antes de Rafael Correa, sin bonanza petrolera, con una deuda pública en declive y un gasto público mucho más bajo, la economía ecuatoriana crecía a un ritmo saludable mientras que se reducía la pobreza. En esta última década, el gobierno ha logrado la increíble proeza de llevarnos a una recesión de por lo menos media década, aun habiendo tenido ingresos extraordinarios, mientras que la deuda pública se dispara y el gasto público se mantiene en niveles históricamente altos e insostenibles.
Ahora que estamos inundados de denuncias de casos de corrupción en el seno de la administración pública, la reacción del gobierno ha sido la de lavarse las manos y esconder la suciedad debajo de la alfombra, garantizando así la impunidad. No es que no había corruptos antes. Es que nunca antes en nuestra historia hubo tanta plata y poder concentrados en un solo gobierno por tanto tiempo.
Las elecciones de mañana no bastan para asegurar una sociedad de personas libres. Ojalá hayamos aprendido eso. Así como sirvieron para construir una dictadura, este 2 de abril los ecuatorianos tenemos la singular oportunidad de librarnos de ella.