"Los albores de El Comercio", por Josefina Barrón
"Los albores de El Comercio", por Josefina Barrón
Redacción EC

Dos jóvenes en la Pampa de la Quinua, combatientes en el fragor de la batalla. Uno era chileno y pertenecía al Ejército Realista. El otro argentino y luchaba por la independencia de los pueblos americanos. Ayacucho se tiñó de rojo esa tarde de diciembre. Estos dos militares allí confrontados terminarían siendo, tan solo 15 años después, socios, amigos y padres de El Comercio, diario que hoy celebra su aniversario 175.

Lima en 1839 era una ciudad pequeña y amurallada. Aun así, cosmopolita. Había sido capital del virreinato más importante de América y destino de los ejércitos de San Martín y de Bolívar, gente que fue quedándose y echando raíces en esta tierra. Así hizo el padre de Miguel Grau, colombiano. Y así también los fundadores Manuel Amunátegui, el chileno, y Alejandro Villota, el argentino. Junto con los hombres de la guerra llegaron comerciantes, intelectuales, oportunistas.

En algún momento se establece aquí la familia panameña compuesta por Tomás Gómez y Miró y Josefa de Quesada y Velarde con sus hijos, entre ellos, José Antonio Miró Quesada.

El Perú era una joven República cuando El Comercio se fundó. Más que presidencias se trataba de una sucesión de caudillos militares en el poder, prolongando el caos y la inestabilidad que los años de la Independencia habían generado. Hasta que Ramón Castilla asumió la presidencia y empieza a ordenar la casa. El país va adquiriendo forma, a dibujarse en el mapa, a gozar de una bonanza económica que se reflejará en todos los aspectos de la República. Todo el movimiento comercial que traerá la era del guano será plasmado en el Diario porque al inicio se trata de eso, de uno esencialmente comercial, con información sumaria sobre llegadas y salidas de embarcaciones.

El asesinato de Abraham Lincoln aparecería en las páginas del Diario en 1865. Para 1867, el joven José Antonio Miró Quesada, con sus 22 años, es corresponsal de El Comercio. Pasa su tiempo en el Callao, persiguiendo noticias de las embarcaciones guaneras, balleneras y comerciales. Lo imagino encaramado a bordo de una chalana, apurado en llegar a los barcos para recoger las novedades de todas partes del mundo y reseñarlas. Ya no hace falta ir a caballo con los diarios extranjeros bajo el brazo por lo que hoy sería la Av. Colonial, llegar a la Lima amurallada hasta la Casa de la Pila, en la calle Arzobispo N° 147, hoy cuadra 2 del jirón Junín, armar el diario en una prensa plana accionada por palancas y movida por una mula. Para ese tiempo ya el telégrafo se consolida, así que José Antonio Miró Quesada podrá despachar las noticias tan pronto pisa tierra firme.

La muralla de Lima ha sido demolida, como diría Porras Barrenechea, murió virgen de pólvora pues nunca sirvió para los fines para los que fue construida. Lima ya cuenta con programas de expansión urbana. La bonanza y una nueva, devastadora guerra cruzan sus caminos. Los primeros fundadores mueren y lo que fue al principio un diario esencialmente comercial va enriqueciendo sus contenidos. A pesar del desafío que significa hacer periodismo en un albur llamado Perú, El Comercio sigue de pie, como un roble, o aun más, como un árbol añoso de esos que crecen milagrosamente en el desierto.“A pesar del desafío que significa hacer periodismo en un albur llamado Perú, El Comercio sigue de pie, como un roble, o aun más, como un árbol añoso de esos que crecen milagrosamente en el desierto”.