Alonso Cueto

El capitalismo, como el comunismo, puede abarcarlo todo, incluyendo la oferta de los servicios más íntimos. Un artículo en la revista “New Yorker” de hace pocos años nos informaba de un oficio de profesionales que operan en varias ciudades chinas. Sus clientes son por lo general mujeres casadas. El oficio consiste en hacer todo lo posible por descartar, erradicar, convencer, o todo ello junto, a las amantes de sus maridos. Jiayang Fan, la autora del artículo, cita el caso de Yu, un profesional de la materia.

Yu es el encargado de deshacerse de lo que se llama el “xiao san”, un término que puede aplicarse a diferentes tipos de relaciones extramaritales. Allí pueden incluirse tanto los ‘affaires’ breves como los de largo aliento que involucran vacaciones y apartamentos compartidos. Sus métodos, siempre según el artículo, son diversos. El primero es ofrecer a las amantes una cantidad de dinero por quitarse de en medio. Otro es hacerlos saber de las características inconvenientes o sórdidas de los hombres casados con los que están. Si todo ello no funciona, entonces pueden aplicarse medidas más duras. Intimidación, amenazas, advertencias de hacer públicas sus relaciones. Si la desechadora de amantes es mujer, puede intentar hacerse la confidente y amiga de su objetivo. Si es hombre, puede ocurrir algo extremo: intentar seducirla.

La misión de deshacerse de una relación extramarital puede tomar tiempo y dinero. En una ocasión, Yu tenía el encargo de eliminar a Wang, la amante del marido de una de sus clientes. Yu logró hacerse amigo de ella, invitarla a cenar y luego invitarla a Shanghái para que gozara de un fin de semana haciendo turismo por la ciudad. Wang se resistió al comienzo, pero luego aceptó, siempre y cuando pudiera traer a una amiga.

Con el dinero de su cliente, Yu alojó a las amigas en un hotel, las llevó a conocer la ciudad y luego a algunos de sus más exquisitos restaurantes. En el maravilloso paseo junto al río de la ciudad, Yu les tomó fotos a las dos mujeres y luego la amiga tomó fotos de Yu y de Wang juntos. En ellas Yu apareció abrazando a Wang. Luego, esas fotos llegaron al marido de su cliente. Este supuso que Wang tenía una relación con otro hombre en Shanghái y terminó la relación.

Yu es un hombre educado, con una formación en psicología, arte chino y budismo. Cuando la autora del artículo le preguntó por qué la mujer no se divorciaba de su marido ante su infidelidad, Yu se mostró sorprendido. Su respuesta fue que el divorcio era una opción muy difícil. Una mujer divorciada sería considerada como “de segunda mano”. Según Yu, en la sociedad china le sería muy difícil volver a casarse. Sin embargo, el artículo cita estadísticas según las cuales el divorcio ha aumentado en el país, con el adulterio cometido por hombres como la causa principal. El artículo cita numerosos casos y testimonios. Una de las mujeres declaró que no podía renunciar a un matrimonio en el que había puesto tanto esfuerzo. Por otro lado, el Gobierno Chino ha enfatizado la importancia de la moral en la vida privada y pública. Fan cita el caso de Zhouy Yongkang, un jefe de seguridad que fue arrestado y expulsado del partido. Había tenido relaciones adúlteras con muchas mujeres para lograr escalar en el poder. Según los rumores más salvajes, el número de sus amantes sumaba 400.

La historia continúa. El año pasado, la directora Elizabeth Lo filmó un corto de 12 minutos, “The Mistress dispeller”. La historia me recuerda la de alguna novela peruana. Clientes no faltarían aquí tampoco.

Alonso Cueto es escritor