“Nunca he propuesto control de contenidos en medios”, dijo la semana pasada Mercedes Aráoz en Twitter. La vicepresidenta trataba, así, de moderar sus declaraciones a la revista “Caretas”.
“Hay una televisión fácil que no nos está dando productos de calidad”, dijo en esa oportunidad. Dio un ejemplo: “La violencia diaria te golpea en el noticiero matutino”.
Mucha gente está en desacuerdo con lo que ve. El problema es que otro gran número de gente sí está de acuerdo e incluso lleva los casos de violencia a los noticieros.
Las personas que llevan estos casos de violencia no son personas violentas. Al contrario, son víctimas de la violencia.
La señora Aráoz, con toda seguridad, no se hubiera enterado de Milagros Rumiche si no fuera por los noticieros. No se hubiera enterado de Lady Guillén si no fuera por los noticieros. No se hubiera enterado del terrible caso de la adolescente víctima de violación múltiple en Ayacucho, fallecida por la consecuencia de sus infecciones.
No es agradable hablar de estas cosas. Peor es callarlas. Cuando la señora Aráoz se queja de la violencia en los noticieros, ¿de qué se queja? ¿De cómo tratamos la noticia? ¿O del contenido violento de la noticia?
¿Prefiere la señora Aráoz un contenido “menos” violento? ¡Cómo no! ¿Qué haríamos? ¿Decimos que Milagros Rumiche fue agredida pero no tanto? ¿Decimos que la niña de Ayacucho fue violada por una sola persona en vez de cinco?
¿O se refiere la señora Aráoz al número de casos violentos? Si llegan el mismo día un caso de violación a una niña de 3 años, un caso de un feminicidio y otro de un asalto, ¿dejamos de informar sobre alguno para “balancear” la violencia?
Hay gente que rechaza ver estas cosas, y eso se respeta. Que un gobernante hable de “autorregular” es otra cosa. Es la pretensión de introducir los estándares morales de quien ejerce el poder político en la televisión.
La señora Aráoz, ahora, dice que nunca quiso ir más allá de pedir un respeto a la ley. En su tuit dice: “Busquemos la autorregulación y que se cumpla la ley”.
Ella no puede buscar la autorregulación. Si ella se reúne con los directivos de los canales y buscan la autorregulación, ya no es “auto”-regulación. Esa es una autorregulación inducida, o sea, cualquier cosa, menos “auto”-regulación.
El gobierno quiere persuadir a los propietarios de los medios de moderar el contenido de violencia. Quieren moderar, en otras palabras, a Milagros Rumiche, a Lady Guillén, a los familiares de las mujeres asesinadas, a los propietarios de los pequeños restaurantes y farmacias asaltados y a las víctimas de los atropellos y las negligencias.
Se entiende que mucha gente no quiera ver. Tiene derecho, y defendemos ese derecho a no ver. De la misma manera defendemos el derecho a ver, a enterarse de lo que está pasando en las calles.
A un medio periodístico solo se le puede exigir que hable de hechos verdaderos, que no prejuzgue, que no injurie, que no calumnie. Pretender que modere la violencia de los contenidos noticiosos es querer adulterar la realidad de los hechos.
Mercedes Aráoz pertenece a un grupo de personas a la que los noticieros ‘golpean’. Tiene derecho a expresar su opinión, pero transgrede sus límites al pretender buscar, con los propietarios o sin ellos, la “auto”-regulación.
De cuántos hechos violentos nos queremos informar es un asunto que compete a las personas, no a los gobiernos. Hay estándares distintos en cada grupo social o político.
El gobierno no puede intervenir con sus estándares morales los medios, como quiere hacerlo Mercedes Aráoz, en nombre de un grupo contra otro. Con sus criterios, el grupo de los “ofendidos” desplazaría al grupo de las víctimas.
La gente que sufre violencia no tiene su Mercedes Aráoz para que hable por ella. Pero puede ir, todavía, a los noticieros.