La batalla por el sur, por Alfredo Torres
La batalla por el sur, por Alfredo Torres
Alfredo Torres

A cinco semanas de la segunda vuelta, cerca de 20% de los electores aún no decide su voto o considera votar en blanco. De ellos, casi 40% está en el sur del país. Por eso, las siete regiones donde ganó el Frente Amplio en la primera vuelta se vuelven cruciales para dirimir si el próximo presidente será Keiko Fujimori o Pedro Pablo Kuczynski.

Sobre el comportamiento político del sur peruano se suele decir que vota siempre en contra de la capital. Algo de cierto hay: En 1990, cuando Mario Vargas Llosa ganó en Lima, Arequipa y pocos lugares más, Alberto Fujimori lo derrotó en la mayor parte del sur. Luego de la década de hegemonía fujimorista, se reanudó esta diferenciación. Mientras Lima se inclinaba por Lourdes Flores y luego por PPK y Keiko, el sur –con la excepción ocasional de Arequipa– votaba sucesivamente por Alejandro Toledo, Ollanta Humala y ahora Verónika Mendoza.

Pero no siempre ha sido así. En 1980, Fernando Belaunde volvió al poder con 45% de los votos válidos a nivel nacional. Ganó en Lima con 47% pero la votación más alta la obtuvo en Cusco con 67%. ¿Qué tenía Belaunde que no demostraron tener Vargas Llosa o Lourdes Flores? Una capacidad para entender y comunicarse con la cultura andina. “Pueblos andinos, herederos de civilizaciones inmortales…”; “… admiramos respetuosos sus viejas raíces”; “¡Hermandad! Noble legado del antiguo Perú”, son algunas de las expresiones que vestían sus discursos y electrizaban a las plazas del sur.

El sur peruano ha progresado muchísimo en las últimas décadas, como lo recordó recientemente Richard Webb en El Comercio, pero no votó por PPK o Keiko probablemente porque ninguno de ellos logró transmitir el respeto y el afecto telúrico que distinguían al arquitecto y que, en alguna medida, sí supo comunicar la cusqueña Verónika Mendoza. Si un candidato quiere atraer al mundo andino, es indispensable que demuestre empatía por su cultura y su gente.

Un ejemplo opuesto al de Belaunde lo brindó involuntariamente Lourdes Flores en la campaña del 2001 cuando su padre tuvo el exabrupto de calificar a Alejandro Toledo como “el auquénido de Harvard”. La expresión aludía ofensivamente a las raíces andinas del líder de Perú Posible y se llevaba de encuentro a toda la población de similar origen, que era y sigue siendo la mayoría del país. A la semana siguiente, Flores cayó al tercer lugar y quedó fuera de la segunda vuelta electoral.

No todas las culturas tienen los mismos valores. El mexicano Miguel Basañez sostiene en su libro “A World of Three Cultures” que la mayor parte de las sociedades se inclinan indistintamente por uno de tres valores: el honor, el éxito o la alegría. Los pueblos que valoran el honor aprecian el respeto y la dignidad; los que valoran el éxito, el progreso y la eficiencia; los motivados por la alegría, las relaciones sociales y el tiempo libre.

El honor fue el valor dominante en los grandes imperios de la antigüedad pero sobrevive en pueblos apegados a sus tradiciones como los islámicos. El éxito empezó a ser el valor principal con el renacimiento en Florencia y se extendió con la revolución industrial, desde la Europa protestante hasta Estados Unidos. El valor de la alegría, en cambio, viaja desde el mediterráneo católico hasta América Latina, pero se encuentra también en poblaciones budistas y aparece recientemente en las sociedades posmaterialistas del norte de Europa.  

Es posible que en el Perú tengamos las tres culturas en simultáneo. Haciendo una gruesa simplificación, podría decirse que el valor prevaleciente entre las pujantes clases medias de Lima, Arequipa y otras ciudades, sería el éxito; en los sectores populares de la costa y el oriente del país, la alegría; y en la población andina –especialmente la rural– la cultura del honor. Bajo ese prisma, se entiende por qué la prédica de PPK es más atractiva para quienes el desarrollo es una idea fuerza; por qué el baile, la fiesta y hasta los trajes típicos son infaltables en una manifestación política fujimorista; y por qué el discurso reivindicativo y defensor de la dignidad le funcionó mejor a Mendoza en la sierra sur y a Santos en la sierra norte.

La campaña seguirá seguramente cebándose en los aspectos negativos de uno y otro candidato. El voto tiene un alto componente emotivo y el rechazo es un sentimiento efectivo en política. Pero también puede serlo el afecto y la esperanza. Belaunde fue una decepción como gobernante pero como candidato era fuera de serie. No es fácil emularlo –Alfredo Barnechea puede dar fe de ello– y ninguno de los candidatos que ha pasado a la segunda vuelta tiene su vena poética, pero no estaría de más que lean sus discursos si aspiran a conquistar el sur.