La manifestación #EleNão" contra Jair Bolsonaro, antes de la segunda vuelta, se convirtió en la mayor movilización de mujeres de la historia de Brasil. (Foto: Getty Images)
La manifestación #EleNão" contra Jair Bolsonaro, antes de la segunda vuelta, se convirtió en la mayor movilización de mujeres de la historia de Brasil. (Foto: Getty Images)
Elda Cantú

En las semanas previas a las elecciones brasileñas, la prensa internacional se hizo eco de un movimiento feminista que se oponía a la candidatura de . Con el hashtag #ÉlNo miles de brasileñas denunciaban la misoginia y el machismo del candidato de derecha que alguna vez afirmó que jamás violaría a cierta congresista porque no lo merecía: era demasiado fea. Una actitud ofensiva que parece ser asunto de familia. El tercer hijo del ahora presidente electo de , Eduardo Bolsonaro –funcionario de la policía y también el diputado más votado de país–, dijo que “las mujeres de derechas son mucho más bonitas que las de izquierda y no enseñan los pechos por ahí para protestar, tampoco defecan en la calle para protestar. Las mujeres de derechas son higiénicas y las de izquierda no”. Después de la ofuscación producida por esa frase resuena una realidad que con frecuencia pasamos por alto al discutir las preferencias electorales e ideológicas de grupos marginados: que al interior no son todos iguales ni unitarios ni cohesionados.

Aunque se equivoca en el insultante parámetro que usa para distinguir a las mujeres de izquierda y de derecha, Bolsonaro hijo hace una distinción que a menudo es pasada por alto en los análisis sobre, por ejemplo, el crucial voto latino en Estados Unidos o la importancia de los votantes LGTBI. Reconoce que ellas –las votantes brasileñas– no comparten todos los mismos valores.

Este matiz no era tan evidente hace un mes. El 29 de setiembre las feministas detrás de las pancartas del #EleNão convocaron la mayor concentración de mujeres en la historia de Brasil –100.000 manifestantes en Sao Paulo y 25.000 en Río–, y crearon una ola de esperanza entre los opositores a Bolsonaro. Su página de Facebook pronto alcanzó cuatro millones de fans. El movimiento hacía recordar a otros grupos de mujeres que han ayudado a empujar el cambio político en la región. Desde las Madres de la Plaza de Mayo en Argentina a las zapatistas en México. Pero a diferencia de ellas, y más en sintonía con las movilizaciones de los últimos años –la Primavera Árabe, el #MeToo–, no tenían un liderazgo bien definido ni una agenda más allá de la movilización en contra del candidato del Partido Social Liberal.

Tal vez una agenda un poco más coherente tenían las mujeres que apoyaron a Bolsonaro. En un reciente despacho de “The New York Times”, periodistas del diario norteamericano entrevistaron a algunas de las más emblemáticas mujeres pro-Bolsonaro, entre ellas una policía y diputada que mató de tres tiros a un asaltante fuera de un colegio y que declara frente a la cámara: “Bolsonaro nos da la oportunidad de defendernos, creo que eso es empoderamiento femenino”.

Para las votantes de Bolsonaro la retórica machista del ahora presidente electo pareciera solo un ruido distractor de cara a un mensaje más contundente y relevante según sus parámetros morales: el de la lucha contra la inseguridad. Y es que en Brasil, como en tantos países de América Latina, muchas ciudadanas se sienten vulnerables ante la violencia callejera y no se identifican con los valores liberales que defienden otros colectivos que también trabajan contra la violencia de género.

Como explica el psicólogo moral Jonathan Haidt en su libro “The Righteous Mind”, las decisiones de los votantes están basadas en su propia idea de la moralidad –sin que eso signifique que esta sea correcta o incorrecta– y en aquello que consideran necesario para una mejor vida en sociedad. Para muchas de las votantes de Bolsonaro, él no es un neonazi iracundo y misógino, sino la promesa de una solución concreta e inmediata a un problema concreto e inmediato que sienten las afecta de manera que les impide llevar su vida con normalidad. Entender eso y las distintas formas en que reaccionan los votantes en base a sus propios parámetros morales es una condición indispensable para entablar un diálogo en sociedades cada vez más polarizadas y donde los extremistas han aprendido a pescar en el río revuelto de la guerra cultural.