Buenas intenciones, por Luis Carranza
Buenas intenciones, por Luis Carranza
Luis Carranza

Es preocupante ver cómo desde el inicio de la campaña se empieza a proponer rebajas impositivas, teniendo además como telón de fondo la desaceleración económica y un aumento del déficit fiscal. De hecho, recientemente el Congreso hizo permanente la reducción a la contribución de los ciudadanos a la seguridad social, medida muy popular pero con efectos perniciosos sobre el bienestar de largo plazo de la población.

En principio, la carga tributaria y las decisiones de cómo se gasta no son más que el espejo financiero del contrato social que existe en un país. Sociedades autocráticas, relativamente homogéneas y con cultura individualista no requieren gran carga tributaria, porque su contrato social tiende a ser minimalista. Es el caso de . Por el contrario, sociedades democráticas y heterogéneas (por causas étnicas, geográficas y/o patrimoniales) requerirán mayores cargas tributarias para reducir las diferencias y generar contratos sociales aceptables para la mayoría de la población. Ese es el caso de sociedades como la nuestra.

Existen sociedades que necesitando altas cargas tributarias caen en un equilibrio político con bajos impuestos. En estos países no se puede garantizar un mínimo de servicios públicos ni respeto a los contratos y la propiedad de los ciudadanos, con lo que terminamos en una trampa de equilibrio de bajo crecimiento o en una situación de equilibrio inestable, en que no hay cohesión social ni tampoco inversión privada. Es el caso de .

En el otro extremo, tenemos países con cargas tributarias excesivas que desalientan la actividad privada, pero, por el mal uso de estos recursos, usualmente empleados en clientelaje político, el Estado no es capaz de proveer bienes públicos en la cantidad y calidad que requiere la población. Son los casos de Brasil y Argentina.

En la medida en que la realidad va cambiando, por razones económicas, sociales o políticas, el contrato social debería ir adecuándose, lo cual implicaría modificaciones en los impuestos o en la composición del gasto. La no adaptación de nuestras instituciones a la nueva realidad lleva al estancamiento del país o, peor aún, a situación de crisis. Así, Corea del Sur es un ejemplo de transición de una autocracia a una democracia una vez que el desarrollo de las clases medias impulsó la lucha por mayores libertades civiles. Por otro lado, Grecia es una sociedad que ha colapsado, porque el modelo de contrato social financiado con deuda llegó a su fin una vez que el mercado dejó de financiar los abultados déficits. 

En general, los impuestos deben moverse sobre dos parámetros: el de los impuestos mínimos para garantizar una cohesión social básica que genere equilibrio político estable, y un nivel máximo para que no se afecte la capacidad de producir riqueza en la sociedad y tengamos equilibrio económico. Cuando la intersección de estas dos áreas nos da el conjunto vacío, surgen las revoluciones o las grandes crisis. Estos parámetros se ven afectados por variables estructurales de la sociedad, como la eficiencia del Estado, la informalidad o los niveles de corrupción, haciendo más complicado el equilibrio.

Reflexionemos un momento sobre las enormes dificultades que tenemos y el modelo de sociedad que queremos para el Perú. ¿Cómo reduciremos las brechas de salud, educación e infraestructura? ¿Cuál es la velocidad de crecimiento de largo plazo si posponemos esto? ¿Cuánto más puede seguir la sociedad peruana sin mejorar la calidad de vida de la mayoría? 

Con los bajos indicadores de salud que existen, se necesita una reforma del sistema que mejore la eficiencia en la prestación, pero de ninguna manera podemos creer que eso puede salir por menos de lo que actualmente contribuimos. Ese es un tema que debería estar en la agenda para el próximo gobierno.

Igualmente en el caso de rebajas en el IGV. ¿Qué nos garantiza que bajarlo tres puntos reducirá la informalidad? Por un lado, con tasa de 12%, Guatemala tiene mayor informalidad, y con tasa de 19%, Chile cuenta con menor informalidad. ¿A lo mejor la explicación de nuestra informalidad viene por la rigidez del mercado laboral y la alta ruralidad de nuestra economía? Entonces, pongamos en agenda la reforma laboral y la integración del país con más infraestructura. En ambos casos, necesitaremos más recursos.

La rebaja de siempre se propone con buenas intenciones, pero si no se hace bien, es un camino seguro al infierno.