En primer lugar felicitaciones al alcalde electo de Lima. Inobjetable. Casi la mitad de Lima ha confiado en él. En segundo lugar, me ha sorprendido por su locuacidad los últimos días con un discurso conciliador y prometedor.
Ha dicho “Lima la vamos a cambiar” y “no los defraudaré”. Lo cual remitiría psicoanalíticamente a la corrección de todo aquello que ha sido duramente cuestionado en su gestión. Desde alejarse y alejar cualquier parecido con “roba pero hace obra”, hasta promover sesiones de concejo abiertas y transparentes. Y, por supuesto, impulsar un banco de proyectos que, sin especificar cuáles, excepto el monorriel, ha sido su caballito de batalla.
Y por ahí empiezan los problemas. ¿Qué proyectos, qué obras? Se habló de 2000 intersecciones semaforizadas y conectadas a cámaras de vigilancia. Y nada más.
¿Cuál es la cantera de donde deben salir las obras y proyectos? En todas las ciudades ordenadas del mundo, salen de los planes, de la visión de futuro de la ciudad y de una estructura de gobierno proactiva y concertadora. Esa es la tarea que tendría que asumir la gestión Castañeda desde este momento.
Dirigir una reforma que posibilite el gobierno y los recursos que la ciudad necesita y no solo actuar como contratista de obras. Tomar el Plan Metropolitano de Desarrollo Urbano Lima y Callao (PLAM) al 2035, actualmente terminado, someterlo a un proceso de deliberación y concertación con el nuevo concejo; así como con los nuevos alcaldes y tener una hoja de ruta que con seguridad, le garantizará la pertinencia de los proyectos que elija.
En el marco de esa hoja de ruta, revisar reformas como la del transporte, propuestas para el nuevo Plan Maestro de la Costa Verde, o las ciudades autosostenibles en Ancón, Lurín y San Bartolo para una población que no deja de crecer. Incluso su propuesta del monorriel tendría sentido (o no) a la luz de cómo se plantea estructurar la metrópoli.
También deberían entrar en agenda las obras para los Juegos Panamericanos del 2019, pero estos deben acomodarse a la visión de Lima y no al revés.
La reforma del transporte es de vida o muerte para Lima. Que reformule el corredor azul si quiere, pero que nos diga cómo conducirá en Lima la puesta en marcha de un sistema de movilidad urbana que no sea el actual, en el cual uno llega tarde o nunca a su destino. Anunciar una agenda de concertación con el Ejecutivo, el Legislativo y la sociedad civil.
Con señales así podríamos empezar a pensar en otro Castañeda que quizá consiga que Lima se reencuentre con un futuro promisorio que le ha sido esquivo hace varios años.
Es cierto que Susana Villarán es alcaldesa hasta el 31 de diciembre, pero también es cierto que la nobleza obliga por lo menos a concertar algunas decisiones importantes con la autoridad electa. No puede dejarle bombas de tiempo ni pretender hacer en dos meses lo que no hizo en 4 años.
Esperemos que la transferencia sea un real encuentro democrático. No es fácil. Que no pierda la unidad.