He pensado mucho antes de escribir estas líneas. He pensado en el dolor de los familiares de Gilmer Castillo, me he puesto en sus zapatos y estoy seguro de que yo también reaccionaría como ellos, con recelo frente a la justicia peruana. Estaría alerta y, qué duda cabe, también me pararía con pancartas frente a las ofi cinas de la Primera Sala de Investigaciones de Paiján. Fatalmente, nada ni nadie aplacará su dolor. También he pensado si era adecuado o no escribir sobre este tema, pues es muy fácil que parezca la defensa de un amigo. Quiero que quede muy claro que eso es lo último que ocurrirá. Primero, porque yo no soy abogado defensor de nadie. Segundo, porque la justicia es la encargada de ello. Y tercero, porque según leo el avance de los hechos, mi amigo hizo algo incorrecto mientras manejaba. Y el último punto a considerar fue si era oportuno o no cerrar el año de esta página con este tema, y la verdad creo que es más que oportuno. Es necesario porque hoy, último día del año, muchos de ustedes, al igual que mi amigo, pueden cometer el mismo error y, de no pensar en ello, seguirá habiendo desenlaces fatales.
Pablo Villanueva Branda es mi amigo. Yo lo conozco y lo voy a repetir para que todos lo sepan. Como todos los peruanos, primero lo conocí por su trabajo como cómico y músico en ese orden, aunque él preferiría que fuera al revés. Es decir que todos lo conociéramos primero como músico y después como cómico. Yo lo descubrí en lo segundo, en mi paso por Radiomar, cuando solo tocaba salsa y yo tenía un programa. Hasta aquí yo sabía de ‘Melcochita’ lo que seguro todos ustedes saben o creen saber: que es el ‘guapo’ del barrio; que ha sido dotado celestialmente de una picardía y, sobre todo, de una lucidez para improvisar y contar chistes de manera única; que tiene hijos que a veces se pelean en la tele (no todos); y lo demás que la televisión nos puede mostrar y que se ajusta al personaje y no a la persona.
Por mi trabajo en los medios de comunicación había interactuado con él en diferentes oportunidades, pero es en el programa Perú tiene talento que nos hicimos amigos. Grabaciones de 10 horas en promedio hicieron que intercambiáramos ideas sobre nuestro trabajo de hacer reír al público, él como contador de chistes y yo como contador de mis historias. Un día me animé a invitarlo a comer a mi casa. Fue con su esposa y su hijo mayor. La noche fue memorable. No hablamos de nada gracioso. Todo lo contrario, transitamos por los temas más profundos que una persona pueda manejar. Pasamos de las lágrimas a la euforia una y otra vez durante seis horas que parecieron 30 minutos. Esa noche Pablo solo bebió un vaso de whisky y por insistencia mía, pues me hizo saber que no bebía. De esa noche en adelante, nuestra comunicación ha sido siempre fluida, a tal punto que nos contamos primicias laborales y familiares y nos damos uno que otro consejo profesional.
Mi amigo ha hecho algo que no estuvo bien, una infracción de tránsito con desenlace terrible para ambas partes. He leído cada frase suya y le creo todo lo que dice. El dolor, el hueco en su corazón, la culpa, la responsabilidad que asumirá con los deudos y la justicia. Pablo no es ni se ha convertido en una mala persona por ello. Pero quiero que sepan que también la gente buena toma malas decisiones y eso no necesariamente los convierte en villanos.
Por favor, no sigamos cometiendo infracciones al manejar, así se trate de una chiquitita a la hora que sea, en el lugar que sea. No le deseo a nadie lo que le está pasando a la familia del señor Castillo ni a mi amigo Pablo. Yo lo conozco, no es una mala persona, pero como todos deberá hacerse cargo de sus actos.
Esta columna fue publicada el 31 de diciembre del 2016 en la revista Somos.