Se han administrado casi mil millones de dosis de vacunas contra el COVID-19 en todo el mundo. Sin embargo, las muertes están aumentando, en camino de eclipsar el sombrío recuento de 2020. ¿No se suponía que las vacunas apagarían las llamas de la pandemia?
Sí, y lo harán. Pero esto es lo que sucede en un incendio: si apagas solo una parte, el resto seguirá ardiendo.
Los científicos desarrollaron varias vacunas contra el COVID-19 en un tiempo récord. Sin embargo, de las más de 890 millones de dosis de vacunas que se han administrado en todo el mundo, más del 81 % se han administrado en países de ingresos altos y medio altos. Los países de bajos ingresos han recibido solo el 0,3 %.
Este problema era tristemente predecible. Cuando la epidemia de VIH estalló en la década de 1980, los antirretrovirales se desarrollaron rápidamente y, no obstante, pasó una década antes de que estuvieran disponibles en el África subsahariana.
Hace un año, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y muchos socios de la salud mundial se unieron en un esfuerzo por evitar que esa historia se repita. El Acelerador de acceso a herramientas contra el COVID-19 (Acelerador ACT), incluida la iniciativa de intercambio de vacunas Covax, se inició para garantizar la distribución más equitativa posible de vacunas, diagnósticos y terapias para el COVID-19.
Países de todos los niveles de ingresos, fabricantes y otros del sector privado se comprometieron a participar. Pero muchos de los mismos países ricos que expresaban públicamente su apoyo a Covax estaban reservando en paralelo las mismas vacunas de las que dependía.
Desde el nacimiento del Acelerador ACT hace un año, muchas de las economías más grandes del mundo han brindado un fuerte apoyo político y financiero a Covax, pero también lo han socavado de otras maneras.
Primero, el nacionalismo de las vacunas ha debilitado a Covax. Algunos países han realizado pedidos de dosis suficientes para vacunar a toda su población varias veces, prometiendo compartir solo después de haber usado todo lo que necesitan, perpetuando el patrón de patrocinio que mantiene a los pobres del mundo donde están.
En segundo lugar, la diplomacia de las vacunas ha socavado a Covax, ya que los países con vacunas realizan donaciones bilaterales por razones que tienen más que ver con objetivos geopolíticos que con la salud pública.
En tercer lugar, las dudas con respecto a las vacunas han obstaculizado el lanzamiento de estas. Los informes de efectos secundarios muy raros relacionados con algunas vacunas han impulsado a los países con otras opciones a dejar algunas de lado.
Y cuarto, una nueva tendencia, llamémosle euforia por las vacunas, está socavando los logros obtenidos: algunos países han relajado las medidas demasiado rápido y algunas personas asumen que las vacunas han terminado con la pandemia, al menos donde viven.
La solución a este problema es triple: necesitamos que los países y las empresas que controlan el suministro global compartan financieramente, compartan sus dosis con Covax de inmediato y compartan sus conocimientos para aumentar la producción y distribución equitativa de vacunas.
Una forma de hacerlo es mediante la concesión de licencias voluntarias con transferencia de tecnología, en la que una empresa propietaria de las patentes de una vacuna autoriza a otro fabricante a producir sus inyecciones, normalmente por una tarifa.
Un método más transparente es que las empresas compartan licencias a través del ‘COVID-19 Technology Access Pool’, un mecanismo globalmente coordinado.
Otra opción, propuesta por Sudáfrica e India, es renunciar a los derechos de propiedad intelectual sobre los productos contra el COVID-19, a través de un acuerdo de la Organización Mundial del Comercio. Los gobiernos podrían impulsar un mayor intercambio de propiedad intelectual ofreciendo incentivos a las empresas para que lo hagan.
Si este no es el momento de tomar esas medidas, es difícil imaginar cuándo sería. En combinación con medidas de salud pública comprobadas, tenemos todas las herramientas para controlar esta pandemia en todas partes en cuestión de meses. Todo se reduce a una simple elección: compartir o no compartir. Si lo hacemos o no, no es una prueba de ciencia, fuerza financiera o destreza industrial; es una prueba de carácter.
–Glosado y editado–
© The New York Times
Contenido sugerido
Contenido GEC