¿Qué habrá detrás de la tozuda convicción del gobierno de empecinarse en vender la imagen de un gobierno fuerte y estable? No sería más sensato tirar del carro con las pocas fuerzas que les quedan, cubriéndose la desnudez con una mano por adelante y otra por detrás. No sería hasta más estratégico que –como hizo el ministro de Economía recientemente– se reconocieran débiles e incapaces de gestionar el país, en lugar de presumir de una lozanía que no solo no tienen, sino que es improbable que puedan recuperar en el corto plazo.
Porque no hay gobierno más débil que aquel que no reconoce su propia debilidad. La historia está llena de políticos lo suficientemente fuertes como para reconocer que pueden llorar y mostrarse débiles. O, como lo dice mejor Julio Ramón Ribeyro en boca de Luder: “Solo lloran los fuertes; por ejemplo, los héroes de Homero”. Nadie le pide a la presidenta Dina Boluarte que sea fuerte. Nadie le pide que salude a multitudes inexistentes. No tiene bancada, no tiene cuadros y no tiene pueblo.
El problema de este gobierno débil es que, para mostrarse fuerte, no dudó en usar la mano dura. Abusó de la represión como lo hace todo gobierno que no tiene más que el monopolio de la violencia como estrategia. Destruyó su capital político apenas juramentó sin siquiera hacer el esfuerzo de acercarse a su electorado prístino. Y no solo se alejó de su electorado, sino que lo terminó fustigando más que a aquellos que no lo llevaron al poder.
Ahora bien, los políticos incapaces suelen deshacerse de los funcionarios que reconocen los errores y los denuncian. Les repugnan en demasía los burócratas honrados que muestran la realidad, por más cruda que sea. El político incapaz prefiere rodearse de zalameros imperitos que le digan que puede tocar el arpa mientras Roma se incendia. Por eso, no es de extrañar que hayan comenzado a rodar cabezas en varias instituciones. Por eso, si el Consejo Fiscal no se unía al coro de voces desafinadas que trataban de maquillar el incumplimiento de las metas fiscales que han gobernado la economía peruana durante años de escasez y abundancia, era de esperar que el gobierno le bajara el pulgar. Como la Reina de Corazones de “Alicia en el país de las maravillas”: “¡Que le corten la cabeza!”.
Nada hay más peligroso para el país en estas circunstancias que políticos débiles incapaces de reconocerlo ante la ciudadanía y ante la comunidad internacional. Políticos que no pueden gobernar porque no tienen cómo. Si perdemos el grado de inversión en el mediano plazo no será porque Standard & Poor’s está complotando contra la presidenta y sus ministros de Economía, sino porque el país salta de tumbo en tumbo, sin predictibilidad, mientras sus políticos siguen negando la realidad. Porque al gobierno incapaz y débil lo secunda el Congreso más populista de las últimas décadas que todo lo resuelve con pan para hoy y hambre para mañana, como ha hecho con la CTS. Porque en el Perú el dilema no es que no haya lugar para los débiles, sino que nadie es lo suficientemente fuerte para gobernar.