(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Santiago Roncagliolo

Hubo un tiempo en que jugaba al fútbol gente como Romario, que salía de juerga toda la noche, dormía de día y luego metía 30 goles en 33 partidos. Romario acabó abandonando el Barcelona FC porque le daba flojera llegar a tiempo a los entrenamientos. Y aun con ese temperamento, lideró a Brasil hasta la Copa Mundial de 1994. Y se proclamó mejor jugador del torneo.

Por no hablar de Ronaldinho, que habría sido el mejor del mundo... de haber tenido más interés en el fútbol que en la fiesta.

El más famoso de los jugadores rebeldes fue el inglés George Best, quien en los años 60 se bebió todas las existencias de los bares de su país y acuñó frases para la historia como:

–Gasté mucho dinero en coches, mujeres y alcohol. El resto lo malgasté.

O mi favorita:

–En 1969 dejé a las mujeres y la bebida. Fueron los peores 20 minutos de mi vida.

En los viejos tiempos, los futbolistas aún podían ser irresponsables, bebedores y provocativos; en suma, humanos. Lo que acabó con esos años locos... fue el dinero.

En las últimas décadas, los ingresos de las estrellas deportivas provienen de la publicidad. Y la publicidad quiere chicos puros, inocentes y bonachones. Por ejemplo, en cuanto se hicieron públicas sus infidelidades maritales, el golfista Tiger Woods supo lo que era perder todos sus patrocinios. Sorpresa: la gente no compraba gorritas con su nombre por considerarlo el mejor jugador de su generación, sino por encontrarlo moralmente intachable. También el multimedallista nadador Michael Phelps ha contado que pensó en dejar su prodigiosa carrera para llevar la existencia normal de un chico de su edad, harto de los escándalos mundiales tras divulgarse que había bebido o fumado marihuana en alguna ocasión.

Y si los chicos ya no viven como chicos... ¿por qué va a ser de un país el campeonato de ese país? Eso es lo que discute en estas semanas España.

El debate ha saltado tras hacerse pública la intención de la Liga Española de jugar una fecha fuera de su territorio. Sería el partido entre el Barcelona FC y el Girona del próximo enero, y se celebraría en Miami. La Federación de Fútbol de España y la FIFA rechazan con vehemencia la idea, y el propio presidente español, según fuentes indirectas, se siente incómodo con las connotaciones políticas de tener a dos equipos catalanes jugando su torneo fuera del país.

Pero claro: sería enormemente rentable.

En cierto modo, se trataría de la culminación de un proceso que lleva muchos años. Hoy en día si preguntas a muchos hinchas peruanos de qué equipo son, responderán del Real Madrid o del Barcelona, y solo en segunda instancia mencionarán a su favorito local. He visto niños con camisetas de clubes españoles en Níger, Kazajistán o Tailandia. Y esos clubes contratan agresivas estrategias de posicionamiento en Estados Unidos, China o Rusia. La Liga Española ya es una marca global, como la Coca-Cola.

Podemos tener a chicos sanos actuando como monjes (o más bien, fingiéndolo). Podemos jugar la Liga Española en Estados Unidos. Pero me pregunto qué pasará si en algún mercado resulta más rentable jugar partidos solo con hombres blancos, por ejemplo. O, como ya ocurre, comprar jugadores en barriadas de África y Sudamérica para desarraigarlos y, si no funcionan, abandonarlos a su suerte. ¿Cuáles son los límites?

Si dejamos que todo lo decida el dinero, a lo mejor acabamos vendiendo el fútbol. Y con él, el alma. Es lo que el mercado llama “dos por uno”.