"Ha sido el 2021, lo pienso ahora, nuestro año del pensamiento mágico" (Ilustración: Giovanni Tazza).
"Ha sido el 2021, lo pienso ahora, nuestro año del pensamiento mágico" (Ilustración: Giovanni Tazza).

La muerte abrupta de su marido, el mismo año en que le detectaron una severa y cruel enfermedad a su hija, llevaron a la escritora estadounidense Joan Didion –fallecida el pasado 23 de diciembre– a escribir el libro de no ficción “El año del pensamiento mágico”, cuyo título estoy tomando para esta columna, uno de los más celebrados de su prolífica trayectoria.

Las inmensas preguntas celestes o existenciales de la humanidad –magníficamente resumidas en el hilo conductor del bíblico Libro de Job: ¿dónde está Dios, que permite este sufrimiento?– naturalmente afloran en los individuos y las sociedades cuando las calamidades, hasta cierto punto tolerables por separado, parecen acumulársenos en coincidencia temporal, como si un genio maligno se ensañara con nosotros. Me ha pasado. Entonces, el pensamiento mágico –atribuirle una voluntad a los hechos, más allá de la causalidad observable– deviene en un recurso frecuente. Y eso es, hasta cierto punto, entendible. Esto, pues el “pensamiento experimental” (como llama el psicólogo Jordan Peterson al raciocinio científico) explica tan solo una fracción de nuestra actividad cerebral y ha predominado acaso en los últimos 500 años de la cultura (occidental) de los 300.000 que llevamos deambulando por el planeta.

Pensaba en eso cuando debía escoger el tema de esta columna, desde una terraza playera ubicada a pocos metros de la arena, a la cual no puedo bajar debido a la presencia amenazante de una docena de efectivos policiales (para una playa de menos de un km de litoral). Bajo el calor del medio día del 31 de diciembre, están muy uniformados ellos, emprendiendo operativos tan encomiables como impedir que una bebe de un año y unos meses moje sus pies en la orilla acompañada de su madre y de su abuela. Ninguna racionalidad, puro pensamiento mágico detrás ya no de los pobres policías, sino de la original autoridad que tuvo a bien decidir que los peruanos no ejerzan su derecho a usar los espacios públicos abiertos y, por tanto, de bajísimo riesgo de contagio, en estos días festivos y feriados. Mientras tanto, avezados criminales en otros puntos de la ciudad se aprestan para perpetrar sus tropelías. No me lo han contado ni lo supongo. Camino a la playa, al menos 7 sujetos en distintos puntos intentaron que me detuviera y orillara aduciendo que tenía una llanta baja (las acababa de revisar y balancear, por eso sabía que no era cierto) y, curiosamente, todos parecían ocultar algún objeto en la otra mano, presumiblemente para amenazarme con algún tipo de violencia y asaltarme. Nunca mejor priorizados los recursos policiales. Premio a las mejores políticas públicas del mundo.

Ha sido el 2021, lo pienso ahora, nuestro año del pensamiento mágico. Si Joan Didion vio morir a su marido y enfermar hacia la muerte a su hija, nosotros hemos visto fallecer a más de 200.000 compatriotas, que eran cada uno un fin en sí mismo, como nos enseñaban Jesús y Kant, pero que, además, eran importantes, queridos, admirados, necesitados por muchos otros individuos, hoy desolados por su ausencia. Como explicaba en esta columna hace varias semanas (6.11.21), nada en el Perú, desde 1532, había matado esa cantidad de gente. Y quien para nosotros muere lentamente, como la hija de Didion, es la–al menos herida de gravedad, ojalá no de muerte–. La vemos deteriorarse día a día en manos de la ignorancia, incompetencia, ambición, amiguismo, indecisión, corrupción, sectarismo, mercantilismo y, nuevamente, pensamiento mágico –en su forma de desconfianza hacia la ciencia–, de la que hace impúdica gala nuestro gobierno, cómo no. Sin embargo, también lo hace toda la clase política, con un Congreso, por ejemplo, que tan solo ha censurado, y casi a regañadientes, al ministro de Educación, cuando la lista de escándalos y prontuarios daba objetivamente por lo menos para ocho, sin ninguna animosidad de por medio, comenzando, por supuesto, por el ministro de Transporte, adalid de una nefasta contrarreforma, pero, aparentemente, protegido por al menos dos poderes del Estado, y acaso también un número mayor de mafias y organizaciones criminales. ¿Sobrenatural o pura voluntad humana, mundana?

¿Qué nos deparará el 2022, entonces? Preguntemos a los arcanos, ya que estamos en modo pensamiento mágico. No olvidemos que en el Perú, los Hayimis de este mundo no solo leen el futuro, sino que influyen en las decisiones de los poderosos y sus entornos.

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