Alonso Cueto

La incorporación de el próximo miércoles a la Academia Francesa de la Lengua es un episodio único en la historia de las lenguas y de las academias. Junto con el premio Alfaguara al estupendo escritor Gustavo Rodríguez, se trata de una noticia que debería alegrarnos a todos los peruanos, en medio del panorama tan incierto y difícil en el que vivimos.

Nunca antes un escritor que no había escrito ni una sola novela en francés había sido aceptado en la Academia Francesa. Habría que agregar que ninguna otra literatura influyó tanto en la vida y obra de Vargas Llosa. Desde que estudió francés en la Alianza Francesa de Lima con su inolvidable profesora madame del Solar, la lengua francesa fue crucial en su vida. Siendo alumno del colegio Leoncio Prado tuvo como profesor al gran poeta César Moro (que aparece en “La ciudad y los perros” como el profesor Fontana).

Moro, que formaba parte del grupo surrealista, que estaba influido por Breton y Péret, y que había escrito casi toda su obra en francés, le dio un ejemplar de “El corazón bajo la sotana”. Vargas Llosa iba a traducir esta novela de Rimbaud que explora la incandescencia de la rebelión juvenil, un tema afín al de sus primeros libros. Su relación con autores franceses solo podía continuar.

En el verano de 1959, viviendo en París, compró un ejemplar de “Madame Bovary” y terminó de leerlo a lo largo de una noche en su cuarto del hotel Wetter. Al despertar, supo qué tipo de escritor quería ser y también que viviría para siempre enamorado de Emma Bovary. Años después, Vargas Llosa iba a escribir “La orgía perpetua”, que es reconocido como uno de los mejores libros que se han escrito en cualquier lengua sobre Gustave Flaubert.

Pero si la justeza y precisión de Flaubert fueron un ejemplo, también apareció por entonces la pluma vasta, panorámica y generosa de Victor Hugo, con su gusto por los personajes grotescos, y también el proyecto de Balzac, de componer un fresco variado y profundo de la sociedad francesa. La idea del narrador como una conciencia moral de la sociedad, y una carrera política en consecuencia, también se encarnó en el autor de “Los miserables”.

Luego, en el siglo XX, los ensayos de Jean-Paul Sartre con sus ideas de las palabras como actos perdieron influencia cuando el autor de “La náusea” propuso que los escritores dejaran de escribir para dedicarse a la lucha social. Fue entonces cuando apareció el modelo moral de Camus.

De este último, Vargas Llosa siempre iba a recordar la idea de que son los medios los que justifican los fines, y no al revés (otra frase de Camus es tremendamente actual en el Perú: “La estupidez insiste siempre”). La idea de que un escritor debe actuar de acuerdo con su conciencia moral (como Camus), y no de acuerdo con las consignas del partido (como Sartre), fue definitiva en su formación como escritor. Allí está la definición de Camus, “El hombre rebelde”.

A lo largo de su obra, Vargas Llosa ha tocado muchas de las puertas de la cultura francesa. En todas sus relaciones hay un tema común que los define: la exploración de la rebeldía y del ejercicio de la libertad como revelaciones de la identidad de los seres humanos. Sabemos quiénes somos cuando nos rebelamos, cuando somos libres, cuando protestamos. La tiranía de cualquier tipo, de cualquier ideología, de cualquier color, es nuestra única opresión.

De una u otra manera, Vargas Llosa siempre encontró que también para los escritores franceses la literatura es fuego.

Alonso Cueto es escritor