La frase original viene de Bill Clinton cuando, en campaña contra George H. W. Bush, le dice a su rival “It’s the economy, stupid”, haciendo hincapié en que había que mejorarla para tener un mejor país para su gente. Aquí, la esencia de nuestro grave problema de pérdida de esperanza en el futuro del país yace más bien en la política.

Sin ser economista, me parece que la explicación de que pronostiquen un no está en la economía misma. Los fundamentos para crecer son consistentes: un BCR que ya domó la inflación, una banca privada sólida y con cada vez mayor capacidad de intermediar la actividad económica, cobre y oro a muy buenos precios, productos de agroexportación que ya pronto superarán a los de nuestro vecino del sur, etc.

Lo que nos ancla es la incertidumbre sobre la duración de este Gobierno y, a la vez, la preocupación por su mediocridad. Ello sumado a lo que agrega un 2026 con más de 30 candidatos.

Todo ello retrotrae la inversión privada, que según el BCR en el 2023 ha caído en 7,3%. Pero la pública también ha disminuido. La explicación para esto es que el Estado se vuelve cada vez más burocrático e incompetente para gestionar los recursos de inversión de manera célere y honesta.

Pongo otro ejemplo de que la falla está al nivel de la política: la criminalidad violenta, hoy por hoy, vista como el principal problema nacional.

La PNP logra algunos resultados con lo que tiene, corriendo detrás del problema. Pero el gran cambio, uno que al menos iniciaría un creciente círculo virtuoso, se dará cuando los delincuentes comiencen a perder la iniciativa y sean ellos los que corran de las fuerzas del orden.

Y, de nuevo, la política. Es que la policía está aprendiendo las malas mañas del Gobierno. Me refiero a priorizar el parecer al hacer. No vamos a salir del círculo vicioso mientras que los que deciden busquen más el espectáculo que los resultados, como describe en un muy lúcido artículo Mariza Zapata de El Comercio. Lo ejemplifica en dos hechos muy mediáticos recientes. El caso de la niña Valeria Vásquez que no pudo ser rescatada por la PNP de sus secuestradores, pero el ministro y mandos policiales fueron a su casa reivindicando ante la prensa que ellos la habían “encontrado”. Otro, el mismo ministro ofreciendo inmediata captura del prófugo Vladimir Cerrón y la PNP anunciando que este iba a la embajada de Bolivia. Como dice bien la autora, suena más a un aviso al perseguido, que a un éxito de inteligencia.

Sumémosle la complicidad del Congreso con el crimen organizado que ha reducido significativamente los alcances de la colaboración eficaz, para felicidad de narcotraficantes, extorsionadores, secuestradores y corruptos.

En seguridad hemos perdido el 2023 y no hay indicio de que en el ámbito político se consensúe una estrategia de corto y mediano plazo, con financiamiento adecuado y bien monitoreado.

¿Se puede empezar a cambiar la política hacia el futuro? A mi juicio y sin temor a las etiquetas descalificadoras, sí.

Se necesitan consensos básicos que permitan una plataforma mínima de regeneración nacional. Una que incluya gente que vaya desde el centroderecha al centroizquierda. Que promueva y defienda la democracia, los derechos humanos y el medio ambiente; que esté comprometida con una economía de mercado abierta al mundo y que promueva la inversión privada, sin clientelismo ni populismo; que tenga una fuerte convicción por transformar la gestión pública para que se atienda bien y a tiempo a los que más lo necesitan; y que tenga una convicción auténtica de lucha contra la corrupción y el crimen organizado.

Si no hay predestinados o “líderes indiscutibles”, podría gestarse una plataforma en la que compitan múltiples aspirantes a la presidencia y al Congreso, y que ganadores y perdedores sumen en un eventual gobierno. Hay media docena de partidos inscritos o por inscribir que podrían ser la base de aquello.

Escribiendo en el temo ser muy ingenuo, pero nadie me puede quitar soñar con un país mejor.

Carlos Basombrío Iglesias es Analista político y experto en temas de seguridad

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