"Éxito y autodestrucción", por Rossana Echeandía
"Éxito y autodestrucción", por Rossana Echeandía
Rossana Echeandía

ROSSANA ECHEANDÍA

Periodista

Philip Seymour Hoffman murió el domingo víctima de una sobredosis de heroína. El conocido actor, ganador de un Óscar por su interpretación de Truman Capote en el 2005, y aclamado por los personajes que encarnó en varias películas, estaba en la cumbre de su carrera y gozaba de los frutos abundantes de la fama.

Treinta años antes, el Truman Capote auténtico, periodista y escritor, autor de “A sangre fría”, “Desayuno en Tiffany’s”, entre otras novelas que hicieron historia, había recorrido el mismo camino hacia el fondo del abismo. 

A ellos se suma una larga lista de famosos que, habiendo llegado a la cúspide, un mal día sorprenden al mundo poniéndole fin a una vida que se suponía dichosa, plena y libre de problemas, con mucho más a favor que en contra.

En el 2011, fue Amy Winehouse, brillante compositora y cantante, quien murió por exceso de drogas cuando apenas bordeaba los 28 años. 

Kurt Cobain, el líder de Nirvana, la banda ‘portavoz’ de la generación X, no había cumplido ni 27, en 1994, cuando decidió que ya no quería vivir y se pegó un tiro en la cabeza. 

En el 2009, el Rey del Pop, Michael Jackson, le puso punto final a una vida tan extraña como su megaéxito “Thriller”, uno de los discos más vendidos de la historia. Ganador de 15 Grammys y cientos de premios, su vida fue un misterio plagado de oscuros secretos. Su muerte se decretó como un homicidio involuntario causado por su médico, pero la verdad es que el de-senfrenado consumo de drogas (médicas o no), durante años, fue lo que lo llevó a esa situación. 

En el 2008, la expectativa por el estreno de “El caballero de la noche” estaba al tope (sobre todo por el papel del Guasón que corrió a cargo del australiano Heath Ledger) cuando la noticia del suicidio del joven actor le dio un tinte aun más dramático al personaje que se pinta una enorme sonrisa en el rostro, aunque por dentro un dolor profundo lo tiene partido en mil pedazos. 

Todos ellos comparten biografías similares donde el éxito, la fama y el dinero en abundancia son el denominador común. Para quien los mira, y admira, desde la butaca del cine o desfilando glamorosos sobre la alfombra roja, es prácticamente un hecho que deben ser felices.

Al mismo tiempo, dada la manera en que han terminado sus existencias, estos personajes parecen compartir una falta del sentido de la vida, el cual no terminan de encontrar en eso que tienen en abundancia, pero que, por lo visto, no llega a satisfacer sus anhelos más profundos y transcendentes. La droga y otros excesos se convierten de esa manera en los sucedáneos con que intentan llenar el insoportable vacío existencial.

El psiquiatra y neurólogo austríaco Viktor Frankl (1905-1997), sobreviviente de campos de concentración nazis, se ocupó de ese asunto en el tiempo difícil que le tocó vivir. Evidentemente, su mirada no estuvo puesta en los personajes que reseñamos y que no han sabido qué hacer con tanto ‘éxito’, sino en aquellos que sufrían carencias absolutas, tantas como uno se puede imaginar en un campo de concentración. 

En su libro “El hombre en busca de sentido”, Frankl señala que es la voluntad de sentido (no la de poder, como había dicho Adler, ni la de placer, según  Freud) la que motiva a la persona. De allí que resulte fundamental identificar cuán sólido o cuán débil es aquello que, para cada uno,  le da sentido a su vida. Antes, Nietzsche, a quien Frankl cita, había dicho que “quien tiene un porqué para vivir encontrará casi siempre el cómo”.