(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Gonzalo Portocarrero

La política transita del conflicto a la negociación entre las distintas fuerzas políticas. El conflicto se acentúa cuando los estilos y los intereses que estas fuerzas representan son opuestos. Y se atenúa cuando en el sentido común se gesta un consenso sobre lo que conviene a las mayorías del país. Entonces se facilita el equilibrio y la gobernabilidad.

Pero en la década del ochenta, con la catástrofe inflacionaria y la crisis económica, se evidenció que la idea de que el progreso social podría basarse en la redistribución del ingreso –mediante el aumento de impuestos a los privilegiados y la redistribución del gasto hacia los más pobres– simplemente no funcionaba pues el resultado era la inflación. Aunque se tratara de una creencia con muy poco fundamento, y que su implementación tuviera rápidamente efectos contraproducentes, el hecho es que correspondía a la tradición populista de larga data que tiende a reaparecer en momentos de crisis política. Es la ilusión de que es posible un rápido desarrollo basado en el aumento de los ingresos de los trabajadores.

La pervivencia y periódica reactualización de esta tradición pone en evidencia la falta de realismo en el sentido común y, también, la fragmentación social de una colectividad que no ha interiorizado la interdependencia de los destinos entre los distintos grupos de ciudadanos. Así, cada grupo sigue reclamando mejoras contundentes para sus miembros sin que les importe lo que suceda con el resto.

Es evidente que la falta de un sentido común realista obedece a la gravitación de ilusiones que imaginan al país como si poseyera una gran riqueza acaparada por un pequeño grupo oligárquico. Después del estruendoso fracaso del primer gobierno de Alan García y del éxito posterior de las políticas neoliberales, mucha gente pensó que sería relativamente sencillo lograr acuerdos que reforzaran la gobernabilidad del país, pues todos estaríamos a favor de fomentar la inversión privada. Y en lo que toca al Estado, se trataría de priorizar la inversión en educación, salud y seguridad pública, que eran, y siguen siendo, los anhelos de las mayorías ciudadanas.

No obstante, el desprestigio de las políticas populistas y el creciente consenso en torno a la presunta bondad de las políticas neoliberales no llevó a la generación de un nuevo partido y un nuevo programa que conviniera al país. Al fujimorismo le tocó encabezar el reordenamiento neoliberal del Perú. Tarea que cumplió con grandes limitaciones por su vocación autoritaria de aferrarse al poder mediante el impulso de la corrupción como instrumento para avasallar cualquier resistencia a sus designios tramposos.

Después de la crisis del régimen de Alberto Fujimori, y su renuncia, vino un período de aparente resurgencia democrática con las presidencias de Valentín Paniagua, Alejandro Toledo, Alan García y Ollanta Humala. Lo que la mayoría de los ciudadanos no sabíamos era la profundidad con que había calado la corrupción como sistema de gobierno y herramienta para la creación de nuevas fortunas. Ingenuamente pensamos que se abría una nueva época de honradez y eficiencia en el Estado Peruano.

A los años, el fujimorismo regresó a la política bajo la conducción de . Logró capitalizar el triunfo del país sobre la insurrección de Sendero Luminoso y las altas tasas de crecimiento económico gracias al auge de los precios de las materias primas. Las altas votaciones obtenidas en el 2006 y el 2011 por Keiko Fujimori evidencian muchos hechos. Por mi lado, resaltaría el prestigio de los ‘gobiernos fuertes’, el conservadurismo popular, permeado por prácticas corruptas que en el fondo no son totalmente rechazadas.

Keiko Fujimori trató de adecentar el fujimorismo haciendo gala de una retórica de convicciones populares y democráticas. Sembró la duda y logró ampliar la convocatoria de su grupo político. Tanto que casi triunfa en las elecciones presidenciales del 2011 y del 2016. No obstante, su ansia por el poder terminó desprestigiándola. Por otro lado, conforme se fueron conociendo los antecedentes morales de los representantes fujimoristas fue cada vez más claro que se conformó en base a la recolección de gente sin escrúpulos ni ideales. Es cierto que lograron defenestrar al farsante de Pedro Pablo Kuczynski, pero se quedaron sin careta, lo que muy probablemente representa el inicio de su caída.