El hincha peruano es sufrido y vaya que lo es, tiene una frustración profunda, una herida en la ilusión de ver a su selección nacional compitiendo en el máximo escenario pelotero: el Mundial. Sabe que la copa FIFA, dorada, maciza, señal de excelencia, nunca llegará a estas tierras. No aspira a que el Perú gane un mundial, sí a estar presente y que su equipo sea nombrado, reconocido.
Desde México 1970 el Perú está pasmado en el deporte rey. Peor aun, va como el cangrejo. Quienes por razones de la profesión hemos tratado periodísticamente la mala ‘performance’ del equipo nacional comprobamos que, si miramos atrás, siempre ha habido lamento, mucha loa e insulto y cuestionamiento al entrenador de fútbol. Recuerdo las conversaciones con Popovic, un yugoslavo pacífico y amigable que fue rapapolveado y criticado a morir. También los insultos que el amigo Tito Navarro, desesperado por los fracasos, disparaba contra todos.
A Juan Carlos Oblitas lo apabullaron como a pocos, se enervaba con razón; luego Julio César Uribe también cuestionado y acribillado por la afición y la prensa deportiva. De Markarián el recuerdo está fresco. Lo cierto es que el avatar de la selección peruana es sinuoso y accidentado. El gramado es un campo de batalla. Pero nunca, si la memoria no falla, hemos visto que un sector de la opinión pública crea que la investigación fiscal y probablemente congresal al presidente de la Federación Peruana de Futbol, Manuel Burga, sea vista como una cortina de humo.
Es la cereza que faltaba. El presidente critica, el fiscal de la Nación anuncia una megacomisión. El Congreso ruge, Manuel Burga se ha convertido en un enemigo público, hoy investigado por ¡lavado de activos! Burga es objeto de encuestas, desfavorables evidentemente, tiene años en la presidencia de la federación, parece divertirse, le concede al presidente de la República criticarlo y se muestra dispuesto a comparecer a cualquier investigación en curso.
La seguridad de Burga proviene de su respaldo, manejo, seducción, coima (nadie lo puede probar) de los clubes deportivos, de los que tienen hinchas y de los que no tanto. Y es un asunto entre privados, porque ellos pagan al entrenador de la selección peruana. Hacer intervenir al Estado, cualquiera sea su formato, Congreso, fiscalía, será una intromisión y la FIFA puede sacarnos del campo tranquilamente. Además Burga es reconocido por esa institución.
Cómo un monstruo de siete cabezas ha permanecido tanto tiempo en el cargo es una incógnita que no despejarán el Congreso ni la fiscalía. Mientras tanto hay humo en la cancha. El hincha acérrimo de la pareja presidencial, el coordinador de las campañas electorales del nacionalismo, el que, junto con su padre, contrató a la hoy primera dama por 85 mil dólares para que hiciera estudios (¿?) en la empresa Soluciones Capilares, está prófugo desde hace seis meses.
Probablemente este largo tiempo de fuga se explica por los pingües negocios que hacía Belaunde Lossio con el gobierno de Ollanta Humala. La verdad siempre saldrá a luz.