Gernika 80 años después, por Fernando Rospigliosi
Gernika 80 años después, por Fernando Rospigliosi
Fernando Rospigliosi

A las 4:30 de la tarde del 26 de abril de 1937 repicó la campana mayor del pueblo vasco de Gernika anunciando un ataque aéreo. Era lunes, día de feria, y a pesar de la guerra que asolaba España, los campesinos habían acudido al mercado a comprar y vender. Los que pudieron corrieron a sus precarios refugios en algunos sótanos. Poco después un Heinkel 111 de la Legión Cóndor alemana dejó caer sus bombas y se alejó (Anthony Beevor, “La guerra civil española”, 2005).

La gente creyó que todo había terminado y fueron a atender a los heridos. En realidad, solo comenzaba. Quince minutos después, llegó toda la escuadrilla de Heinkel 111 y arrojó su carga, provocando muertos y heridos. Muchas personas aterradas pretendieron escapar del pequeño pueblo –unos 5.000 habitantes- y “ahí aparecieron los cazas Heinkel 51, que ametrallaron sin piedad a hombres, mujeres y niños, a las monjas del hospital y hasta el ganado” (Beevor).

A las 5:15 de la tarde vino lo peor. Tres escuadrillas de Junker 52, unos cuarenta aviones “arrasaron sistemáticamente la ciudad en pasadas de 20 minutos durante dos horas y media”. Arrojaron todo tipo de bombas, desde las de 250 kilos hasta las antipersonales, pasando por las incendiarias de fósforo blanco que producían horribles quemaduras. En total, unos 33.000 kilos de bombas.

Según algunos autores, también participaron en el bombardeo tres Savoia S-79 italianos, pero eso no está confirmado. Los vascos eran fervientes católicos –como sus enemigos, los nacionales de Francisco Franco– y Benito Mussolini no quería enemistarse con el Papa.

El gobierno vasco afirmó que el ataque había causado 1.645 muertos y 889 heridos, aproximadamente un tercio de la población, aunque estimaciones posteriores aseveran que los muertos fueron alrededor de 300.

Cuando en los días siguientes la prensa mundial publicó, horrorizada, lo ocurrido, el cuartel general de Franco difundió un comunicado el 29 de abril que decía:

Guernica está destruida por el fuego y la gasolina. La han incendiado y convertido en ruinas las hordas rojas al servicio del perverso y criminal Aguirre [presidente vasco] que ha lanzado la mentira infame –porque es un delincuente común– de atribuir a la heroica y noble aviación de nuestro ejército nacional ese crimen”.

Es decir, los vascos se autodestruyeron.

La Legión Cóndor era una unidad aérea alemana comandada por el general de la Luftwaffe Hugo Sperrle, con el coronel Wolfram von Richthoffen –primo de Manfred von Richthoffen, el as de la Primera Guerra Mundial– como jefe de estado mayor. Adolfo Hitler los envió a España para apoyar la insurrección del general Franco contra la república.

Desde el principio de la rebelión jugaron un papel decisivo, transportando a las tropas franquistas desde el norte de África a España.

Cuando se produjo el bombardeo de Gernika, ayudaban a la ofensiva terrestre de las tropas nacionales. Los vascos casi no tenían aviación ni artillería antiaérea, en gran medida debido al bloqueo de las potencias occidentales como Gran Bretaña y Francia que teóricamente eran neutrales, aunque en la práctica se parcializaban con los nacionales que recibían ayuda a manos llenas de Hitler y Mussolini: tanques, aviones, ametralladoras, miles de soldados.

La república fue apoyada por la Unión Soviética, aunque en mucho menor medida que las dictaduras fascistas a Franco. Y José Stalin cobró literalmente a precio de oro su apoyo, porque se llevó las reservas del gobierno español.

El pequeño pueblo de Gernika tiene un simbolismo especial, pues allí está el roble que representa la libertad de los vascos. Allí el señor de Vizcaya juraba respetar la libertad del pueblo y allí siguen jurando actualmente los lehendakari, los presidentes del gobierno autónomo vasco.

Poco después del bombardeo, en abril y mayo de 1937, pintó su famoso cuadro.

El arrasamiento de Gernika no tuvo principalmente un objetivo militar, fue un ensayo de los nazis de una represalia brutal contra la población civil para atemorizar al enemigo. Poco después lo repitieron en Varsovia, Róterdam y muchas ciudades rusas. Y luego lo sufrieron, elevado a la enésima potencia, en carne propia.

Ochenta años después, las cosas no parecen haber cambiado demasiado. El gobierno sirio de bombardeó con a civiles indefensos en Jan Sheijun y luego negó cínicamente haberlo hecho.