(Foto: Archivo El Comercio)
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Rolando Arellano C.

Cuando en 1914 Francia entró a la Primera Guerra Mundial, el gobierno no disponía de los vehículos militares necesarios para movilizar a sus miles de soldados hacia el frente. Solucionó el problema usando los taxis de París como transporte y enfrentó así la grave amenaza alemana. Este es un buen ejemplo de cómo los latinoamericanos podríamos resolver algunos de nuestros problemas, si usáramos de manera imaginativa muchos recursos de los que disponemos.

De hecho, allá por los años 80 del siglo pasado, época de una de las mayores crisis económicas de la historia peruana, muchas empresas quebraron. Solo algunas sobrevivieron y, entre ellas, se cuenta D’Onofrio, un ícono de los dulces y helados en el país. ¿Quién la salvó? La salvó una fuerza comercial de miles de ambulantes, que empezó a vender en los semáforos, en los paraderos y en las puertas de los cines frunas, sublimes y chocolates triángulo. Ganaron los cruceristas, sobrevivió D’Onofrio, y la sociedad no perdió los trabajos que la empresa generaba.

Más cerca de nuestros días vemos que el crecimiento de la bancarización en el Perú se dio por la colaboración entre los bancos y miles de pequeñas tiendas y bodegas que les sirven de agencias corresponsales. El sistema financiero moderno vio en las humildes tiendas a un socio que le permitía ampliar su servicio, beneficiando a todos: a los bancos, a los usuarios y a las mismas bodeguitas.

Estos tres ejemplos nos hacen ver que las oportunidades de crecimiento o mejora no solamente están en tecnologías sofisticadas o importadas, sino que pueden estar aquí mismo, muy cerca de nosotros. Pensemos en las tiendas de ropa que hoy, amenazadas por la rapidez y variedad de las ‘fast fashion’ y el e-commerce, podrían recurrir a los miles de talleres tipo Gamarra para obtener versatilidad a costos razonables. Y lo mismo podrían hacer las empresas industriales, reduciendo sus altos costos fijos de mano de obra al recurrir a las mypes de carpintería y otras, para capacitarlas e integrarlas a su proceso productivo, como acostumbra la industria suiza o coreana.

Por cierto, ese análisis también es válido para solucionar problemas sociales, como la pobreza de la población que vive en las alturas (en grandes frigoríficos naturales, inutilizados) o el caos vehicular de nuestras ciudades. En este último punto, ¿no será que por mirar solo grandes soluciones importadas –metros, inmensos buses y pasos a desnivel– olvidamos el gran recurso de nuestros cientos de miles de taxistas, que estarían felices si mentes imaginativas los consideraran en sus planes? Si los taxis ayudaron a los franceses a ganar una guerra mundial, ¿no podría ser que aquí nos sirvan para ganarle la guerra al tráfico?